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La poesía de Ellen Bass se puede poner en línea con la de otras autoras norteamericanas que trabajan desde un renovado confesionalismo, o aun un situacionismo, que ancla el poema en la anécdota cotidiana. Así, un viaje en auto por paisajes locales, una visita familiar, funcionan como materia prima. Los poemas presentan un yo fácil de asimilar con la figura de la poeta y la acercan a una persona común que se preocupa por el desayuno, las plantas, o que lee el diario a la mañana.
Pero Bass agrega a este punto de partida una interesante dosis de humor y una reflexión filosófica de tono menor. Hay una sutil ironía, incluso autoironía, que da cuenta de las contradicciones que afectan a este sujeto, y que tienen que ver con cuestiones de difícil resolución. Esto se presenta sin patetismo, dando cuenta de los momentos de fragilidad del yo, quien se reconoce en la encrucijada del deseo como pura pérdida o se muestra marcado por una distancia de sí. Lejos tanto de la autoindulgencia como de la militancia identitaria, la voz manifiesta su lado más humano al combinar ternura e inteligencia y definirse justamente por la vacilación, la ambigüedad y la duda, entre lo que hay y lo que siempre falta. Otro tanto puede decirse de su modo de pensar la poesía: un menú con todos los platos, como se define en el primer poema, que subraya la coexistencia de placer y dolor, y la ubicación ambigua de la palabra poética respecto de la vida: la poesía es la puerta que permite entrar al núcleo de lo vivido.
Sus poemas recorren la tradición y lo contemporáneo, y trascienden lo metafórico hacia una sencillez muy suya en la enunciación, que se plantea no como punto de partida sino de llegada. Como dice en el poema a la luna: “y recién ahora me doy cuenta de que está verdaderamente ahí, / no es una moneda de plata, un platito de leche / un montículo cremoso elevándose en el horizonte de un corset apretado, / no es una cebollita en el cielo de Martini, la boca sorprendida / del paraíso, o la cara redonda de Dios, / esta luna es la luna / circulando en su propia órbita de excentricidad ligera”. Esta idea es fundamental a una poética que se centra en lo vital: se asienta en la minucia o el detalle (un vecino que llora porque ha descubierto la infidelidad de la pareja, o una noticia de alcance local que seo comenta) para descubrir allí algo más allá de esa dimensión: el amor que nace o muere o se trunca, el deseo, la muerte, la fuerza ciega de la persistencia. De este modo, la poesía de Bass construye un sello personal, móvil, que, trabajando decididamente contra todo lo solemne, lejos de caer en lo banal reflexiona sobre lo pequeño para ir hacia lo que le interesa. Ofrece los elementos de una experiencia que la hacen humana: placer, dolor, palabras, y el gesto esencial da intentar darle un sentido a todo eso.
Ellen Bass, Todos los platos del menú, traducción de Daniela Ema Aguinsky y Valentino Cappelloni, Gog y Magog, 2021, 170 págs.
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