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Tres cuentos es un volumen integrado por tres relatos que condensan el conocido estilo metafísico, alegórico y al tiempo llano y sin pretensiones de la obra de J.M. Coetzee, atenta siempre a ciertos flagelos, como la opresión y la injusticia.
En “Una casa en España”, un hombre observa su profunda conexión con la casa vieja que compró en un pueblo de un país ajeno. El narrador en tercera persona —que se reitera en los relatos siguientes— nos aleja del protagonista para abarcar al conjunto de la humanidad: todos podemos ser él. El recurso de la alegoría vuelve universales sus enunciados. A la vez, se pregunta si la irritación que le produce el cambio en el lenguaje de los otros se debe a que ha envejecido; y, también, si alguien puede “enamorarse” de un objeto, como él de la casa, lo cual significaría que las almas se aligeran. No obstante su simpleza, el relato apunta hacia otros planos: el lugar del Otro, el devenir de la Historia, el valor del dinero e incluso la gratificación del trabajo manual.
En “Nietverloren”, el narrador se detiene en el apego, acaso más intenso, a la tierra desértica del Karoo, donde transcurrió su infancia. El Karoo fue, en el pasado, un mar interno que al secarse se transformó en territorio de cazadores-recolectores; una barrera casi impenetrable desde Ciudad del Cabo hacia el interior del país que más tarde se pobló de granjas autosuficientes, luego abrasadas por las sequías. Ahora, a esa tierra solo le queda cosechar turistas. Coetzee filosofa sobre la importancia medular de lo rural ante los estragos causados por la modernidad, la calamitosa y obligada adaptación a los cambios y, también, sobre la autoridad paterna: de niño le llamaba la atención un círculo de tierra pelada ceñido de piedras que creía encantado. Su madre le había confirmado el encantamiento, pero él no se convencía. Cuando su padre volvió de la guerra, le respondió con simpleza que eran los restos de un trilladero. De adulto vuelve al Karoo con unos amigos y la última rendija de aquel misterio se sella con un dato que confirma la respuesta de su padre, alejada de la magia. Nietverloren —que hoy es también una denominación de origen de vinos— significa “no perdido”: un exorcismo del efecto que aquellas tierras estériles ejercían sobre él.
“Él y su hombre” es el discurso que pronunció al recibir el Premio Nobel. En vez de la típica perorata sobre una vida para y por la literatura, Coetzee leyó ante la Academia sueca una historia narrada por Robinson Crusoe, el personaje de la trilogía del siglo XVII de Daniel Defoe. Con él retoma una de sus constantes preocupaciones: el cuestionamiento del acto de escribir ficción. Como en sus novelas Foe y El maestro de San Petersburgo, elige la conversación entre los textos. El mundo cuenta con un puñado de historias y se trata de reescribirlas, tal cual lo creía Borges, aunque cada una cambiará de acuerdo con la “verdad” de cada escritor. Los personajes se intercambian y un escritor puede ser personaje de la novela de otro escritor, con lo cual entre autor, narrador y personaje solo se tenderían frágiles líneas divisorias.
A pesar de la crudeza y la melancolía de la pluma de Coetzee, hay algo tranquilizador en su voz punzante y serena: su prosa destila una luz sutil y exquisita sobre territorios que pocos exploran como él.
J.M. Coetzee, Tres cuentos, traducción e introducción de Marcelo Cohen, El Hilo de Ariadna, 2016, 104 págs.
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