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En las últimas décadas (y seguramente es así todavía), debe haber sido una escena frecuente en los salones de conferencias de los productores de cine y televisión: “Estimados, necesitamos ideas nuevas… ¡a consultar la biblioteca Dick!”. ¿Dónde estaría el cine de ciencia ficción contemporáneo sin la literatura de Philip K. Dick? Su capacidad de combinar ideas o conceptos fantásticos pero plausibles con una trama sólida, generalmente fundada en los tropos de la literatura policial, se presta tan bien al mundo cinematográfico que hasta las adaptaciones mal hechas retienen un cierto valor —un buen concepto puede salir ileso de una pobre ejecución; es la gracia salvadora de la ciencia ficción, la razón por la que nerds como este reseñista pueden mirar con entusiasmo genuino series enteras plagadas de malas actuaciones y diálogos ridículos—, y Dick fue un maestro de la doma del buen concepto.
Es interesante, entonces, ver cómo Ubik, generalmente vista como una de sus obras maestras, todavía se resiste a la adaptación al mundo audiovisual a pesar de varios intentos, incluso un guion del mismo Dick (aunque hay que decir que películas como El origen o Eterno resplandor de una mente sin recuerdos son deudoras palpables de la novela). Con Ubik, al parecer, el gran domador creó una bestia hasta ahora imposible de quebrar.
Ese espíritu salvaje se hace presente desde la primera página. Por un lado, todos los capítulos comienzan con una publicidad para un producto epónimo cuya naturaleza (aproximada) sólo se explica al final de la novela. Por otro lado, o lados, ya en las primeras líneas se habla de “telépatas”, “precos” e “inerciales”, y pronto nos encontramos frente a una conferencia matrimonial/corporativa en la que uno de los interlocutores está muerto. O medio vivo. O algo así. Y justo cuando nos creemos orientados en este mundo estrafalario (¡ay, ojalá el verdadero 1992 hubiera sido un poco más parecido al de Ubik!), hay un asesinato y el protagonista tiene que encontrar al asesino y salvar la empresa de la víctima, su jefe, y en el proceso rescatar su propia vida desastrosa. La realidad misma empieza a desdoblarse y cambiar, hay viajes en el tiempo, un monstruo psíquico al que vencer y siempre la sombra de esas publicidades tan raras. Eventualmente nos damos cuenta de que, más allá de la trama y los artilugios retrofuturísticos, propios del imaginario de los sesenta —ni hablar de una mirada de género anticuada: los hombres son reconociblemente hombres y las mujeres en su mayoría son concatenaciones reconocibles de los deseos y los temores de los hombres—, Ubik es, fundamentalmente, un ejercicio metafísico.
Aunque es cierto que los temas explorados son recurrentes en la ficción de Dick, la naturaleza de la mente, la conciencia y la vida misma (difícil ser más explícito sin espoilear, consideración que no parece haber tenido el autor o la autora del texto de contratapa), es probable que acá aparezcan en sus encarnaciones más descontroladas y abiertas. De hecho, es muy posible que Dick mismo no supiera exactamente lo que quería hacer con este libro, algo a lo que estamos acostumbrados a la hora de leer a escritores más “literarios” o filosóficos (o por lo menos eso dicen ellos, no siempre de manera ingenua), pero no tanto cuando nos enfrentamos a escritores de ciencia ficción. Pensar en las interpretaciones posibles es, de todos modos, una gran parte del placer que Ubik provoca en la lectura.
Philip K. Dick, Ubik, traducción de Manuel Espín Martín, Minotauro, 2020, 288 págs.
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