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César Aira tiene un ensayo pequeño llamado “El crítico” en donde al final menciona un cuento fantástico de la dinastía china Tang y narra brevemente su trama: un funcionario conquista a una mujer mágica, una zorra que tomó el cuerpo de una mujer hermosa y culta con la que se casa y es feliz. Pero lo más increíble, más increíble que el milagro de la transformación, es que ella logra que su marido deje la bebida, que haga buenos negocios y que consiga un buen puesto en el Imperio. El problema surge porque, debido a su puesto, el marido se ve obligado a viajar a una lejana subprefectura e insiste en llevarse a su mujer con él. La mujer se niega, porque tiempo atrás un adivino le ha dicho que si hace ese viaje morirá. Ante esa respuesta, el marido se larga a reír, y entre carcajadas le pregunta cómo es posible que una mujer tan culta se tome en serio esas supersticiones. Luego viajan y, claro, la mujer hermosa muere.
Aquello que plantea Aira sobre la superstición, que aplica tanto para la fantasía como para el autor, está implícito en Un imperio de polvo, la primera y hermosa novela de la italiana Francesca Manfredi, un relato de iniciación que en su deriva aborda con crudeza la religión católica. O mejor, los efectos de la religión católica en tres generaciones de mujeres (hija, madre y abuela), y sobre todo uno: el sentimiento de culpa.
La novela cuenta la historia de Valentina, una nena de doce años que vive con su madre joven y su abuela en una casa alejada en el campo italiano. Una nena que una noche de verano pavesiano (lento, largo, pegajoso) deja de ser nena y elige el silencio, esconder la sangre, por más que sepa que nada puede ocultarse por demasiado tiempo. Esa es la historia: todo lo que viene con la madurez. “Primero vino la sangre”: con esa frase empieza la novela, que ya de entrada pone el foco en la sangre, en su naturaleza; comienzo, sí, pero también desenlace.
Habría que aclarar que no es una novela típica de iniciación, lo es en cuanto al fondo —hay, en efecto, un despertar (sexual y emocional)—, pero no en cuanto a la forma: una sucesión de desgracias que llega con la sangre, la primera, porque no sólo sangra Valentina, sangra también la pared de la casa. Es decir, la que cuenta Manfredi es una iniciación a través de la grieta de una familia de tres mujeres, de tres tiempos, unidas por una casa. Porque una de las preguntas que deja la novela es: ¿no es la casa el cuerpo de una familia?
Después de la sangre, cae sobre la familia el resto de las plagas bíblicas: ranas, mosquitos, moscas, peste del ganado, ampollas, granizo, langostas, tiniebla y muerte. Literalmente, una detrás de otra, pero lo importante (como en aquella escena en que llueven ranas de Magnolia, de Paul Thomas Anderson) no es el hecho, sino cómo se afronta. Lo que sucede (una maldición, una superstición) desnuda la realidad de esa familia rajada por el silencio: todo lo que las separa y, a la vez, las une.
Con una prosa entre poética y seca, Un imperio de polvo combina el neorrealismo italiano con el cine fabuloso de Alice Rohrwacher —el arte italiano suele plegarse con ingenio sobre sí mismo—. Manfredi, sin explicar de más, habla sobre la fortaleza de las mujeres, sobre los embates de la maternidad y, ante todo, sobre el peso de la religión católica (la represión sexual, los odios que produce) y el silencio en una familia, sabiendo que los secretos, como las mentiras, nunca se olvidan, son como el polvo, que por más que se barra y se barra, siempre vuelve.
En un momento Valentina habla preocupada con su padre, le cuenta que la abuela no para de rezar por lo que pasa, lo de las ranas, los bichos, los animales. El padre le pregunta si todavía cree que es un castigo divino y se ríe. Ella responde que todos en el pueblo piensan lo mismo; él le dice que eso nunca les importó. ¿Y si tienen razón?, pregunta Valentina. El padre ya no se ríe, le toma la mano. Son supersticiones, dice. Y agrega que no siempre hay que confiar en lo que dice su abuela, su madre, ellas también se equivocan. Pero las tinieblas aparecen.
Francesca Manfredi, Un imperio de polvo, traducción de Eleonora González Capria, Fiordo, 2023, 168 págs.
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