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Un extenso historial de literatura sobre los padres, la paternidad y la maternidad nos precede. Con mayor y menor suerte (y con mayor o menor pericia), novelas, relatos, memorias y correspondencias han sido pergeñados con la virulencia del resentimiento o con la tibieza que supone un amor, aunque a veces interrumpido, inocultablemente presente. Si abunda la literatura más o menos dirigida a los padres mientras que escasea la que les habla a los hijos, probablemente se deba, como afirma Alejandro Zambra en el prólogo al librito de Nataniel Hawthorne Veinte días con Julián y Conejito, a que resulta harto difícil hablar (y, sin duda, escribir) sobre aquello de lo que verdadera y profundamente se ama.
Sophia, la esposa de Hawthorne ―el gran narrador norteamericano del siglo XIX que recordamos por La letra escarlata y, sobre todo, por el fenomenal relato “Wakefield”― ha viajado a Boston con las otras dos hijas, y nuestro escritor, de ánimo más bien templado, queda a cargo en la casa de Lenox, Massachusetts, de su hijo Julián de cinco años y de su nervioso conejo, bautizado ―sin mucho esfuerzo literario― Conejito. Los días se suceden y si bien Hawthorne refunfuña por el mal clima y se lamenta por la correspondencia que no llega, es capaz de administrar inteligentemente sus recursos emocionales. Cándido por momentos, y por momentos cansino, admira con cautela a ese pequeño caballero que se comporta con las ínfulas enérgicas caras, en verdad, a cualquier niño.
Hawthorne consigna la experiencia en apuntes propios del registro de diario, aunque no haya, en verdad, mucho que anotar. Se codea con Herman Melville, se aletarga en algunos paseos a la vera de la montaña y del lago, se dirige, con ansias, a la oficina de correos, recibe la visita de una dama que quiere conocer, en persona, al célebre escritor. No hay mucho ―como señala el propio autor en una de las jornadas― que sea digno de señalamiento y reseña. No se perfilan grandes hechos ni acontecimientos, no se insinúa el germen de una novela maestra o de un trabajo genial: sólo se despliega, en el trajinar compartido de los días, la construcción de un rol que no acusa ni autoritarismo ni violencias: el de ser un padre amable.
Con un ojo atento a las corrientes progresistas de la época, la editorial de la Universidad Diego Portales diagrama este breve volumen para exhibir la afectuosa paternidad de este hombre norteamericano; una guía literaria respecto de cómo ser un buen padre. El progenitor baña a su hijo, se encarga de su peinado y de ciertos accidentes de incontinencia; se enlista en batallas imaginarias; comparte paseos y diálogos de todo tipo; y de tanto en tanto, por supuesto, se irrita, se aburre, se cansa. Como si tomar conciencia de la complejidad de un hijo, estar dispuesto ―y disponible― para él fuera la única revolución posible que el hombre, en todo este lío, está llamado a encarnar.
Nathaniel Hawthorne, Veinte días con Julián y Conejito, traducción de Andrés Barba, prólogo de Alejandro Zambra, Ediciones Universidad Diego Portales, 2022, 88 págs.
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