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Kim Thúy huyó de Vietnam en una balsa. Tenía diez años y había sido una niña mimada: sus golosinas venían de Francia, su abuelo coleccionaba casas sobre calles del mismo nombre en diferentes ciudades. Estuvo luego en un campo de refugiados en Malasia. Dice que allí cambiaron sus costumbres. Años más tarde se pregunta si habit (costumbre en inglés) se dice así porque la gente usa la misma ropa (habit, en francés).
Las costumbres de Thúy siguieron cambiando, en Canadá, donde vive actualmente y donde dice que adora el blanco puro de la nieve (en Vietnam nunca veía el blanco pleno) y la paz. Sobre la paz, dice, todo puede construirse.
Vi. Una mujer minúscula, su última novela, correctamente traducida por Laura Salas Rodríguez, es la historia de una construcción, la de una vida, de cero. “Coleccionaba ceros en la penumbra de mi habitación”, dice Thúy. Es un viaje entre culturas en el que Thúy describe parte de su esencia y sus diferencias, como quien mira por la ventanilla del tren y dice lo que ve: Vietnam a un lado, Occidente al otro.
La escritura de Thúy es sencilla. No tiene artificios, no ostenta ni subraya, no esconde nada. El tono es tan suave que parece no estar ahí. El tono en el sentido que le daba Piglia al término: la relación que quien narra tiene con aquello que va a narrar. Kim Thúy nos revela una parte nueva del mundo y lo hace con sencillez, una sencillez que es en verdad una forma de destreza.
Como la literatura se alimenta del conflicto, lo que por momentos el personaje de Vi gana en felicidad la novela lo pierde en tensión narrativa. Pero, como en la vida, esos momentos duran poco.
“Más de treinta mil vietnamitas viven en Varsovia”, dice Thúy. “En Polonia y en Berlín el barrio vietnamita supera en mucho al barrio chino en Montreal. La historia de Vietnam y de los vietnamitas se vive, se amplifica, se vuelve compleja sin ser escrita ni contada”.
Todos hemos visto películas de la Guerra de Vietnam, algunos conocen algo de Ho Chi Minh o del mítico general Von Nguyen Giap. Pero pocos conocen esta parte de la historia, la de las familias que huyeron en balsas en las que morir era un precio probable. Pocos saben que en vietnamita hay seis variaciones del verbo “adorar”: adorar hasta la locura; adorar hasta el punto de petrificarse como un árbol; adorar con enajenamiento; adorar hasta perder el sentido, hasta el agotamiento, hasta el abandono de sí.
Kim Thúy adora el blanco de la nieve y la paz. Porque sobre la paz todo puede construirse.
Kim Thúy, Vi. Una mujer minúscula, traducción de Laura Salas Rodríguez, Periférica, 2019, 160 págs.
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