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Abrir un libro en japonés supone una experiencia nueva para un occidental, aunque no comprenda una palabra. Lo primero que va a notar es que las páginas corren de izquierda a derecha, avanzan en sentido contrario a las agujas del reloj. Un libro japonés comienza en el punto exacto en el que termina un libro de este lado del mundo. La lectura también corre diferente: un japonés lee una novela de arriba para abajo, no de un lado hacia el otro.
Hay belleza en esas maneras inauditas para nosotros. Los lectores de manga, que son legión, vivencian a cada rato esa experiencia que los lectores de literatura nos perdemos.
Minae Mizumura, que nació en Japón, pero vivió casi toda su vida en Estados Unidos, es quizás la primera japonesa en pararse en la esquina opuesta y encontrarle sentido (no me atrevo a decir belleza) a las reglas de Occidente.
Yo, una novela fue escrita en japonés, como siempre escribe Mizumura, pero esta vez de adelante para atrás y de izquierda a derecha, del modo en que se acostumbró a leer mientras era alumna de posgrado en un campus estadounidense. Se trata de un efecto visual y cognitivo imposible de trasladar a una traducción occidental, que por naturaleza se escribe de ese modo. El texto en japonés también está atravesado por infinidad de palabras y conversaciones en inglés, que la edición en castellano traduce e identifica en negrita. Mizumura entendió en Yo, una novela que la historia que quería contar era inseparable del modo, de las maneras de narrarla. La edición de Adriana Hidalgo, una traducción directa del japonés a cargo de Luisa Borovsky, acompaña de ejemplo una página japonesa original, para que podamos darnos una idea de cómo la atraviesa el cruce de culturas: los recios vocablos en inglés al lado de un japonés que se desliza con gracia sobre el renglón horizontal.
Todo sucede durante una larga conversación telefónica. O quizás varias, no importa en realidad. Ese dato no es preciso, el tiempo se enrarece a medida que afloran los recuerdos y la conciencia fluye libremente. Minae conversa con Nanae, su hermana mayor, el día del vigésimo aniversario del exilio de la familia Mizumura a Estados Unidos. Aparece el recuerdo de los primeros novios, los intentos fallidos de casamiento, el llamado del arte, primero como vocación y después como forma de vida, algún intento de suicidio, el recuerdo de la nieve y del idioma, mientras se esfuerzan por americanizarse. Hay algo de la tentación imposible por dejar de ser orientales a los ojos de resto.
Los límites entre ficción y autobiografía son difusos. La novela, publicada en Japón en 1995, llegó al inglés en 2021 con la leyenda “La primera novela semiautobiográfica bilingüe de Japón”.
Minae se prometió regresar a Japón para siempre al terminar el doctorado. Los años de exilio, que la acostumbraron a otra vida, nunca lograron barrer con la nostalgia. Japón opera como un “sueño” para ella, algo que está adelante y es incierto. Si se concretara, perdería ese carácter ilusorio y perfecto, para volverse una realidad más triste, fea y aburrida, como su propio pueblo natal.
La voz furusato, “pueblo natal”, evoca en su cabeza antiguos templos y paisajes pintorescos con colinas donde los niños persiguen conejos y arroyos donde pescan foxinos. Pero la realidad es otra: “Mi pueblo natal no era ni había sido en absoluto poético, y después de la guerra lo habían afeado las consecuencias del rápido crecimiento económico de Japón. Año tras año los campos sembrados y los arrozales se convertían en viviendas económicas. Los caminos estrechos y sinuosos se cubrían con un pavimento irregular por donde pasaban camiones de tres ruedas. Un par de enormes tanques de gas se alzaban a la distancia. Por todas partes se veían postes de alumbrado”.
Para Minae renunciar al sueño de Japón es perder su identidad, y entonces, desde que completa los cursos de posgrado, posterga los exámenes orales, estira el tiempo en la inmensidad de Estados Unidos, donde solo Nanae tiene noción de que ella existe.
Dice Mizumura que la literatura nace del deseo de hacer algo bello con el idioma. “Sé que podría escribir como Sōseki”, sentencia. Natsume Sōseki es uno de los escritores más importantes y queridos de Japón. Es quien supo reflejar la sensación de desamparo que produjo la apertura del país a Occidente, con la Restauración Meiji, que comienza en 1868. La página que aporta de ejemplo la edición en castellano es precisamente aquella en la que se alza imponente, como una bandera, el nombre de Sōseki.
Un último apunte con relación al título original de Yo, una novela. Shishōsetsu from Left to Right, ese es el título de Mizumura. Una novela del yo de izquierda a derecha. El shishōsetsu, o novela del yo, es un género que tuvo su auge en la primera mitad del siglo XX en Japón. Consistía en una escritura de línea autobiográfica, privada, confesional, que privilegiaba la honestidad. Se consideraba en ese entonces que la producción del artista era una extensión de sí mismo y, entonces, lo mejor que podía hacer era procurar que lo producido fuera una representación sincera de él.
Quizá, la arrolladora revelación de Yo, una novela, es que nunca se anhela un lugar, sino que se anhela un tiempo. Y, ya se sabe, no se puede volver el tiempo atrás.
Minae Mizumura, Yo, una novela, traducción de Luisa Borovsky, Adriana Hidalgo, 2022, 416 págs.
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