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Emmanuel Carrère quería escribir un libro alegre sobre el yoga y en el medio de esa escritura, de esa idea, sufrió una depresión y el libro se le fue de las manos. De hecho, se le fue tanto de las manos que terminó haciendo ficción, mezclando meditación y locura, luz y sombra, unidad y división, yin y yang. O eso dice. Porque tranquilamente todo puede ser parte de un plan. Si hay algo que se le permite al lector después de leer Yoga, su último libro, es dudar. A Carrère ya no se le puede creer; él mismo lo dice: “Voy a mentir por omisión”. Sí, Carrère (también) miente.
El libro se divide en cinco capítulos: “El cercado”, “1.825 días”, “Historia de mi locura”, “Los chicos” y “Sigo sin morirme”. La primera parte, la más larga —la más pesada—, abarca los dos primeros capítulos y se centra en un retiro Vipassana, un retiro silencioso que Carrère hizo en 2015 y fue interrumpido por la noticia de la muerte de un amigo en el ataque a Charlie Hebdo. Después de eso, a partir del tercer capítulo, empieza la segunda parte, la historia poco clara de su locura (de ahí lo de mentir por omisión: lo no dicho cobra otro valor), su redención en la isla griega de Leros y el presente, el final feliz en Lisboa.
“Escribir todo lo que se te ocurre ‘sin desnaturalizarlo’ es exactamente lo mismo que observar tu respiración sin modificarla. En suma, es imposible. Sin embargo, vale la pena intentarlo”, dice Carrère, que, a diferencia de lo que impulsa el yoga, se exime en la imposibilidad más que en la intención: su escritura no necesita ver las cosas como son, sino como él las ve. En una de las tantas definiciones que da sobre el yoga se plantea si hay contradicción o incompatibilidad entre la práctica de la meditación y la de la escritura. Es un planteamiento tramposo, no importa que haya contradicción, hace tiempo que aprendió que a las contradicciones hay que cultivarlas.
Desde el comienzo Carrère nos repite —la repetición en él es un bis: se instala— que con la meditación busca desprenderse del yo, justamente lo opuesto que busca con su literatura, donde su yo siempre es protagonista —incluso cuando no es protagonista—. En Yoga es el protagonista absoluto, ya que, más allá del elogio a la meditación, narra su triste historia particular (separación y diagnóstico de bipolaridad mediante) sin olvidarse de quién es y, sobre todo, con la idea de que ningún lector distraído lo haga (algo que refuerza citando toda su obra a lo largo del libro).
Los libros de Carrère, que es un narrador total, ganan cuando tienen una figura central que le haga de contrapeso a su figura, que, como el autor busca con el yoga, suprima en parte su yo, algo que sucede en aquellas obras en las que se mira en el espejo con otro, sea ese otro Romand, Dick o Limónov. Cuando esto no sucede, como en gran parte de Yoga, su narración pierde músculo. Digo gran parte porque Yoga tiene momentos dedicados a personajes fuertes que lo ponen en la balanza; en esos momentos el libro se fortalece, como cuando escribe sobre Erica o habla de su editor fallecido, o esas breves, gloriosas páginas que dedica a Martha Argerich y su versión de la Polonesa Heroica.
Es cierto que en Yoga Carrère trabaja, como aconseja Lenin, con el material existente, que es él mismo. Al principio dice que fue al retiro a buscar material para el libro, pero sabe perfectamente que el material es él, haga lo que haga. Como también sabe que, por más narcisista y vanidoso que sea, en su oficio es el rey. Algo que se deja vislumbrar de a ratos en Yoga, un libro contradictorio que habla sobre la contradicción, sobre cómo conviven los opuestos, sobre lo que no se puede definir. Un libro bipolar que, aun en su confusión, o mejor, por ella, vale la pena leer.
Emmanuel Carrère, Yoga, traducción de Jaime Zulaika, Anagrama, 2021, 336 págs.
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