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La desazón suprema. Retrato incesante de Fernando Vallejo

CINE

En abril de 2001, el director colombiano Luis Ospina viajó a México y registró durante veinte días las erupciones volcánicas de Fernando Vallejo, una de las primeras personas más enardecidas de la literatura latinoamericana actual. Fue sólo el comienzo de un “retrato incesante” completado dos años más tarde. “El documental”, explica Ospina, “no sólo intenta abarcar la vasta obra literaria de Vallejo sino también sus múltiples intereses: el cine, la música, la poesía, la gramática, la ciencia y la política. De sus años de trashumancia y de exilio existen los cinco tomos de El río del tiempo, de su pasión por la biografía son testigos las dos de Barba Jacob y la de José Asunción Silva, de su producción cinematográfica están las imágenes de sus tres largometrajes mexicanos y de un documental que hizo en Colombia, de su afiebrado interés por la biología está su panfleto contra Darwin, y de su obsesión por el lenguaje, el tratado Logoi. Al decidir hablar en nombre propio y asumiendo sin disimulos ni subterfugios sus amores y sus odios, Vallejo rompe con la más obstinada tradición literaria: la del narrador omnisciente que todo lo sabe y todo lo ve.” Aquí, algunos fragmentos de su desazón suprema.

 

“Llevo cientos de páginas diciendo ‘yo’

y hasta ahora nadie me ha visto.”

Años de indulgencia, Fernando Vallejo, 1989.

 

Vallejo: Ustedes tuvieron la mala suerte de nacer, y en el país más loco del planeta: no le sigan la corriente, no se dejen arrastrar por su locura. Pues si bien la locura ayuda a sobrellevar la carga de la vida, también puede sumarse a la desdicha. El cielo y la felicidad no existen. Ésos son cuentos de sus papás para justificar el crimen de haberlos traído a este mundo. Lo que existe es la realidad, la dura realidad: este matadero al que vinimos a morir, cuando no es que a matar, y a comernos de paso a los animales, nuestro prójimo. En consecuencia no se reproduzcan. No hagan con otros lo que hicieron con ustedes, no paguen en la misma moneda, el mal con el mal, que imponer la vida es el crimen máximo. Dejen tranquilo al que no existe, ni está pidiendo venir, en la paz de la nada. Total, a ésa es a la que tenemos que volver todos. ¿Para qué entonces tanto rodeo? La patria que les cupo en suerte, que nos cupo en suerte, es un país en bancarrota, en desbandada. Unas pobres ruinas de lo poco que antes fue. Miles de secuestrados, miles y miles de asesinados, millones de desempleados, millones de exiliados, millones de desplazados, el campo en ruinas, la industria en ruinas, la justicia en ruinas, el porvenir cerrado: eso es lo que les tocó a ustedes. Los compadezco. Les fue peor que a mí. Y como yo, que un día me tuve que ir y justo por eso hoy les estoy hablando (vivo, a lo que parece), probablemente también se tengan que ir ustedes, pero ya no los van a recibir en ninguna parte porque en ninguna parte nos necesitan ni nos quieren. Un pasaporte colombiano en un aeropuerto internacional causa terror: “¿Quién será? ¿A qué vendrá? ¿Qué traerá? ¿Coca? ¿Vendrá a quedarse?” No. No vinimos a este mundo a quedarnos. Vinimos a pasar como el viento y a morir.

 

Yo he vivido a la desesperada, y se me hace que a ustedes les va a tocar vivir igual. Y un día me tuve que ir, sin quererlo, y se me hace que a ustedes les va a tocar irse igual. El destino de los colombianos de hoy es irnos. Claro, si antes no nos matan. Pues los que se alcancen a ir no sueñen con que se han ido porque adondequiera que vayan Colombia los seguirá. Los seguirá como me ha seguido a mí, día a día, noche a noche, adonde he ido, con su locura. Algún momento de dicha efímera vivido aquí e irrepetible en otras partes los va a acompañar hasta la muerte.

 

El fuego secreto

 Julio Sánchez Cristo: Don Fernando, buenos días, y gracias por atendernos.

Vallejo: Buenos días.

Julio Sánchez Cristo: Hay un columnista que ha formado una gran polémica alrededor de la película. Quiero leerle un aparte de lo que hoy escribe en el editorial de la revista Diners: “Vamos a decirlo de manera directa, casi brutal, hay que sabotear, ojalá prohibir, la exhibición pública en Colombia de la película La virgen de los sicarios…”

Vallejo: Colombia le acaba la carrera a todo el mundo. Colombia atropella a todo el mundo porque Colombia produce columnistas y gente tan miserables como el que usted me está citando.

Julio Sánchez Cristo: Pues señor…

Vallejo: ¿Qué más quiere que le diga?

Locutor de radio: No, señor Vallejo, yo creo que el señor Santamaría es el que le debe precisamente formular a usted las preguntas alrededor de sus inquietudes. Germán, ahí lo escucha el señor Vallejo.

Vallejo: Ah qué bueno que lo oiga…

Julio Sánchez Cristo: Aquí está.

Germán Santamaría: El señor Vallejo no puede convertir un resentimiento personal o una amargura personal en toda una campaña contra una nación, contra un pueblo.

Vallejo: Colombia es el país más asesino de la tierra. Colombia tiene treinta mil asesinatos al año, y nosotros no podemos tapar el sol con un dedo, no podemos ocultar la verdad. Yo a Colombia a lo mejor la quiero más que usted y yo no soy un resentido, yo estoy completamente realizado en la vida, me va muy bien.

Germán Santamaría: Mire, es que yo también escribí en el artículo que usted hizo una película inmensamente provocadora, inmensamente ofensiva.

Vallejo: ¿Usted ya la vio?

Germán Santamaría: Sí, la vi.

Vallejo: ¿Y se le hace provocadora por qué?

Germán Santamaría: Hombre, porque hay una incitación a muchas cosas, por ejemplo, matar a un presidente de la república.

Vallejo: Hay que matar a ese hijueputa. Ese tipo está acabando con Colombia… es que nadie le ha hecho tanto mal a Colombia como este granuja, como este sinvergüenza que se está parrandeando el destino del país en el extranjero y entregándolo a los delincuentes del ELN y de la FARC.

Julio Sánchez Cristo: Don Fernando…

Germán Santamaría: Yo creo…

Julio Sánchez Cristo: Permítame interrumpirlo, pero es que yo creo que los términos ya de la conversación pues… están pasando la línea de respeto a nuestros oyentes.

Vallejo: No, yo voy a cortar esta comunicación…

Julio Sánchez Cristo: No, no, no.

Vallejo:Yo no quiero hablar de la película, ya no me interesa hablar más con ustedes…

Julio Sánchez Cristo: No, pero es que se puede hablar de la película sin faltarle al respeto al presidente de la república…

Vallejo: No, es que el respeto lo tiene que reservar el presidente por los colombianos.

Claudia Gurisatti: Maestro….

Vallejo: ¿Cómo me pide usted que le dé respeto a quien no lo merece?

Julio Sánchez Cristo: La última pregunta, señor Vallejo…

Vallejo: Sí.

Claudia Gurisatti: Dice el escritor Germán Santamaría sobre usted: “Un delirante que le quiere cobrar a toda una nación el no haber podido ser felizmente homosexual en Medellín, como lo proclama en todas sus entrevistas”…

Vallejo: Sí, fui feliz, inmensamente. Si supiera con todos los muchachos que me acosté, con todos los que pude. Infinidad, infinidad. Yo fui infinitamente feliz y estoy muy triste de no poder vivir en Colombia porque yo a Colombia la quiero mucho y mientras más me acerco a la muerte más la quiero. Y su derrumbe, y su desplome, y su desintegración se suman a los míos y me voy porque me están esperando abajo.

 

El río del tiempo

 Vallejo: El río del tiempo son cinco libros. Cinco novelas autobiográficas. Los días azules pasa en mi niñez, El fuego secreto, en mi juventud, Los caminos a Roma, cuando viví en Europa y estudié cine, Años de indulgencia, en Nueva York y Entre fantasmas, pues una parte acá y luego un caos en muchos lados. Son cinco libros que podrían ser más como cinco grandes capítulos de un solo libro continuo puesto que los temas pasan de unos a otros, que fui publicando en cinco libros separados pero hacen parte de un conjunto.

 

Un libro normalmente es una aventura, como la vida. Van y no sabe uno para dónde. Yo escribo en la cabeza. Voy haciendo las frases, las voy repitiendo mientras camino con mi perra. Voy viendo cuál es el ritmo que tienen que tener. Porque la literatura ante todo es ritmo. Yo escribo con una lentitud inmensa. Escribir El río del tiempo me tardó cincuenta años de vivirlo…

 

Cuando yo escribo un libro no leo nunca la primera página para escribir la décima. Sigo adelante. Cuando por razones editoriales he tenido que releer una nueva edición de los libros míos, los he leído buscando erratas. Nunca le he cambiado una coma y nunca me importa el contenido y no lo recuerdo ni quiero recordarlo. Los escribí para olvidar.

Desde hace tres mil años, desde los comienzos mismos de la literatura, desde Homero, la reina de la literatura ha sido la tercera persona, la del narrador omnisciente, el diosito humano que lo ve todo, que lo oye todo, que lo sabe todo y que nos cuenta lo que pasó en el interior del cuarto, donde están acostados los amantes, como si atravesara paredes con rayos X, o los estuviera viendo desde el techo por un huequito, como la santa inquisición. Dios no existe, entonces yo no puedo aceptar que un hijo de vecino, que cualquier hijo de vecino, así se llame Homero, o Balzac, o Dickens, o Flaubert, o Dostoievski, nos venga a contar estas cosas y lo que pensó fulanito, o sutanito o menganito, y lo que dijeron ayer, y antier, y trasantier, y hace dos años y hace diez años, como si lo hubiera grabado con una grabadora o como si tuviera el lector del pensamiento. Entonces, contrapuesto a esta tendencia que no puedo aceptar, que va contraria a toda mi experiencia de la vida, yo siempre he dicho “yo”, siempre he escrito diciendo “yo”, humildemente, así esta humildad alguien la pueda interpretar como una soberbia. Yo siempre he dicho yo, y he contado solamente lo que he visto, lo que he oído y lo que he vivido.

 

El mal incurable de querer saber

 Vallejo: Lo que a mí me hubiera gustado hacer en la vida era músico, pero no intérprete. No veo mucho interés en repetir como un disco, como un loro, lo que compusieron otros, sino compositor, pero yo no tenía nada de música en el alma. Estoy convencido, entonces, no me tocó más remedio que conformarme con las palabras.

Eduardo Escobar: Cuándo tomaste la decisión de escribir y lanzarte con este libro que fue tu primer libro publicado, Una gramática del lenguaje literario, un libro tan bien pensado y tan útil para el escritor joven…

Vallejo: Eduardo, yo primero estudié cine, me dediqué al cine porque ése era el sueño de muchos de mi generación. Pensábamos que el gran lenguaje, el gran arte, que el arte máxima era el cine. Porque yo antes había estudiado filosofía y letras. Yo tal vez, en el fondo, lo que quería ser era escritor. Yo no lo sabía entonces. Después terminé escribiendo y ahora sé, a lo mejor, que yo lo que quería siempre era ser escritor. Lo que pasa es que yo no sabía cómo escribir, porque nadie me enseñó, y es que es una cosa que casi nadie enseña porque casi nadie sabe. Y uno no puede enseñar lo que no sabe y uno no puede dar lo que no tiene.

Eduardo Escobar: Claro.

Vallejo: Entonces no tuve más remedio que aprender solo. Ese libro de Logoi que dices, Una gramática del lenguaje literario, lo escribí para enseñarme a escribir a mí mismo, para poder escribir el segundo libro mío que es esa biografía de Barba Jacob, cuya investigación me tomó diez años. Cuando tenía reunido un material inmenso sobre él, este gran poeta de Colombia y de la lengua y este personaje extraordinario y esta leyenda de Antioquia, cuando tenía reunido todo el material y sabía todo lo que pudiera saber alguien sobre él, yo no sabía cómo escribirlo. Entonces escribí Logoi para poder escribir ese libro. Ese libro tampoco es que me haya quedado muy bien ni que tuviera un lenguaje literario muy rico ni muy espléndido. Después lo volví a repetir en otra versión, en una segunda versión. Es el mismo material contado de otra forma y tampoco me gustó pero ya no lo voy a repetir más porque ya para mí Barba Jacob quedó en el pasado también. Cuando empecé a investigar sobre él todavía había muchas personas regadas por varios países, por los países por donde él anduvo, que lo conocieron, algunos que lo vieron sólo pasar, otros que lo acompañaron durante veinte años y que lo vieron morir. Entonces el caso de una biografía así no es tan grave como el que se me planteó cuando escribí la biografía de Silva. Cuando yo empecé a escribir la biografía de Silva, dos años antes del centenario de su muerte, ya no había nadie vivo, que lo hubiera conocido.

William Ospina: ¿A cuál de esos dos poetas aprecias tú más como poeta, a Barba Jacob o a Silva?

Vallejo: Yo pienso que el gran poeta es Silva, y Barba Jacob también creo que lo pensaba. Barba Jacob pensó que Silva era un gran poeta y yo pienso que Silva es uno de los grandes poetas del idioma, como San Juan, como Fray Luis, como Manrique…

 

El libro de biología mío es un libro de ensayos que tiene mucho temas. Los dos primeros tratan de la evolución, y el primero estrictamente de la explicación que dio Darwin de la evolución. Mi tesis es que Darwin era un impostor. Darwin no entendió lo que estaba tratando de explicar porque la humanidad no lo entendió entonces, no tenía los medios para entender. Darwin escribió un libro que se llamó El origen de las especies, él nunca definió, no se tomó ni siquiera el trabajo de definir qué era una especie. ¿Cómo un libro de científico se puede escribir, un libro sobre el origen de las especies, y no pones en claro qué es una especie? A ver, ¿qué es lo que se está originando? Lo que me estoy sospechando ahora es que hay otros que hay que desenmascarar del mismo modo. Y que son Newton y Einstein. Están escudados este par de personajes en la impostura matemática. Las matemáticas no explican la gravedad ni explican la luz. Yo me preparo en estos años que me quedan de vida, o el tiempo que me quede de vida, o los medios o semanas o días, para tratar de hacer lo mismo que hice con Darwin, con ellos. Ojalá lo logre.

 

Lo fatal

Vallejo: Ah, éstas son cosas que me han enviado de Francia, cosas de las entrevistas. Mira, aquí está la que grabó Barbet…

Barbet Schroeder: Grabando…

Vallejo: En este mundo sobra gente. Cuando hay seis mil millones de personas, o sea un seis con nueve ceros a la derecha, uno es un cero a la izquierda. Y, ¿para qué queremos tanta gente si no nos vamos a acostar con ellos, si la mayoría no nos gusta y los que nos gustan se hacen de rogar como si les fuera en ellos la cabeza? Yo, para empezar, con los feos no me acuesto y, para continuar, con los bonitos sólo me alcanzaría la vida para unos dos mil o dos mil quinientos. Pongámosle cinco mil en un afán de superación en los baños turcos. Entonces, ¿para qué quiero el resto? Yo no tengo nada de que hablar, ni conversar, ni platicar con mil doscientos millones de chinos, ni en chino, ni en mandarín, ni en español, ni en nada. Por mí, como si no existieran. A mí no me gustan los chinos, los cambiaría todos juntos por un marciano, con ése sí quisiera hablar, conversar, platicar, para preguntarle por la opinión que tienen allá del Papa. Y si también está satanizado el sexo en Marte. A estas alturas del partido todavía seguimos confundiendo el sexo con la reproducción, porque a veces se dan juntos como si fueran el misterio de la Santísima Trinidad. El sexo es bueno, es conveniente, inocente, inocuo, entretenido, divertido, sano. Y bendito para la salud mental, despeja mucho la cabeza. Bendito sea el sexo y con lo que sea. Con hombre o mujer, perro o quimera, con tu hermano, o con mi hermana y con los niños también pero por supuesto. ¿Qué es esta histeria hipócrita, la que les entró en Europa? ¿Van a hacer otra cacería de brujas? ¿O qué? ¡Tartufos! Lo que procede es entrenar a los niños para que practiquen a fondo la nueva obra de misericordia que aquí propongo: la caridad sexual, darle sexo a quien lo necesite, sin armar mucho tango. Nadie tiene el derecho de imponerle a otro la existencia, la carga de la vida. Cuando un hombre y una mujer copulan para producir un hijo están cometiendo el crimen máximo. El matrimonio o unión santificada por la iglesia de lo susodicho para lo dicho es una asociación delictiva que hay que castigar. ¡Beatería hipócrita, puro cuento! La pobreza es el cuento de nunca acabar, pobre que se reproduce produce más pobres. El pobre es ignorante, irresponsable, de mal gusto, envidioso, perezoso, odia al rico, vive en tugurios, hacinados, en la promiscuidad, no aprecia a Mozart y exige dizque hay que darle bus gratis, hospital gratis, universidad gratis, tortilla gratis, y si le quieren cobrar dos pesos de matrícula en la universidad de colegiatura, se pone en huelga y empieza a armar manifestaciones, a gruñir, a tirar piedra, a amenazar. ¡Ay los pobres, el pueblo, los explotados, mentirosos, sinvergüenzas, irresponsables, haraganes! Cuando yo llegué a México hace veintiocho años, este país tenía cincuenta millones, ahora tiene cien. ¿Y ahora qué vamos a comer si los panes y los peces ya no se están multiplicando al ritmo del sermón de la montaña? ¡Ay, yo no sé! Nos comeremos unos a otros en un banquete antropofágico. A mí que me den entonces carnita tierna de niño o de bebé. ¿Y cuando se acaben los niños y los bebés? “Mesero, ¿qué es esta carne tan dura que me trajo, toda fibrosa, no se puede comer….? Mire, me tumbó dos dientes, ¿de dónde la sacó? Ha de ser muslo de Papa o pierna de Octavio Paz. ¡Qué porquería, llévesela y no vuelvo nunca más a este restaurante!” ¿Y por qué les estoy hablando ahora de esto, a son de qué?…

Y ya no tengo más nada. Ya no hay más nada. Listo.

 

Imágenes [en la edición impresa]. Afiche y fotos fijas de La desazón suprema. Retrato incesante de Fernando Vallejo (Colombia, 2003), guión, cámara, producción y dirección de Luis Ospina.

Lecturas. De Fernando Vallejo, Alfaguara ha distribuido en la Argentina La virgen de los sicarios (1999), El desbarrancadero (2001) y Mi hermano el alcalde (2004). En setiembre próximo aparecerá su última novela, La rambla paralela, y en 2005, las novelas que componen El río del tiempo.

 Luis Ospina nació en Cali, Colombia, en 1949. Estudió cine en UCLA. Ha realizado los largometrajes Pura Sangre (1982) y Soplo de vida (1999) y más de treinta cortometrajes y documentales, entre ellos Agarrando pueblo (1978), Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos (1986) y Nuestra película (1993). Sus filmes han obtenido premios en los festivales internacionales de Oberhausen, Bilbao, Sitges, Huesca, La Habana, Cartagena y Bogotá. La desazón suprema recibió el Premio Radio France Internacional en las Rencontres Cinémas d’Amerique Latine de Toulouse (2004).

La edición de fragmentos de la lista completa de diálogos de la película ha sido especialmente autorizada por Luis Ospina para su publicación en Otra parte.

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