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Parque se expande en la sala de la galería, abarca el espacio con obstáculos y mesas repletas de cosas, cubre el piso y se extiende por las paredes y rincones. Parque, la segunda instalación de Leopoldo Estol que se vio en una galería, es el dominio de un trabajo impreciso: allí el artista expuso un muestrario de cosas como si estas participaran de una voluntad constructiva casi arquitectónica, pero sin argumento o lógica reconocible. ¿Para qué, por ejemplo, querría alguien rodear un rollo de papel higiénico con esas banditas de plástico duro con las que se sellan las valijas en los aeropuertos?
Contenedores de plástico al lado de sandías que fueron penetradas con pilas, hileras de botellas de Coca-cola cortadas y semivacías, un stock de galletitas empaquetadas ordenado en bloque, otro bloque de botellas de agua mineral iluminadas por un neón, una colección de páginas de Clarín miniaturizadas y ubicadas en distintos puntos de la sala, dos ventiladores enfrentados, el espacio atravesado por mesas y las mesas atornilladas a barandas, espejos cóncavos en el techo, zonas-taller, zonas-oficina, dispositivos de puntuación espacial, nos recuerdan, por el efecto “recorrido”, el Laboratorio crítico de Thomas Hirschhorn, pero sin una propuesta de shock de imágenes, y los encuentros de cosas que fotografía Gabriel Orozco, pero sin sentimentalismo. Hay, por sobre todo, una anarquía hipercalculada, una planificación de esquemas de orden y rebeldía, de espacios de pulcritud y suciedad, todas situaciones que según el artista “tienen siempre una conexión documental, pero que se mantiene oculta”.
La obra toma el mercado de instrumentos y materiales como punto de partida para la elaboración de un sistema de usos flexibles en el que cada cosa aparece situada lejos de su función y su espacio habituales. Hay, por ejemplo, unos huevitos Kinder aplastados, cuya función es ejercer de apoyo y separación entre dos tablas, gracias a la resistencia de su cápsula sorpresa. Pero el mensaje no es “reciclaje por escasez”, sino la ficción de un esquema esquizofrénico de consumo y producción que en cada ramificación generaría una perla del espanto pop.
Si ciertas fricciones de la experiencia actual de la ciudad (específicamente, esas deformaciones cada vez más comunes del tipo quiosco-ciber-locutorio-restaurante al paso-fotocopiadora) son vividas por muchos como una contaminación insoportable, en Parque esa multiplicidad es una “fuente de horror llena de energía”, como la que sentían Robert Venturi y Denise Scott Brown frente a la estética del suburbio norteamericano. De hecho, en la entrada de la muestra, al lado del cartel que anuncia su nombre, Estol pegó un cartel de agua mineral Villavicencio, transformándolo en sponsor de la exposición, y definiendo a Parque, finalmente, como un experimento acerca del absurdo, el mercado y la imaginación.
Imágenes [en la edición impresa]. Detalles de la instalación Parque (2005).
Leopoldo Estol (Buenos Aires, 1981). Cursó estudios de Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires y pasó por los talleres de Martín Kovensky, Pablo Siquier, Jorge Macchi y el Programa de Talleres del Centro Cultural Rojas/Kuitca. El año pasado presentó Tempranos intereses personales en la galería Alberto Sendrós. Inició este año la temporada de la galería Ruth Benzacar con Parque. Fue seleccionado en el Premio Arte BA Petrobrás por su trabajo El envío de poxipics a la rural.
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