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Destruyan todos los monstruos

MÁQUINABLANDA

 

Cada vez que veo la fotito de un Mike Kelley adolescente incluida en Dirty, el disco de Sonic Youth para el que en 1992 hizo el arte de tapa, pienso que es un correlato perfecto del espíritu que recorre toda su obra, diversa a la vez que obsesiva, y por eso irreductible. Veo a una especie de joven Leary compulsivo y torturado. El tipo de freak juvenil capaz de subirse al techo de la escuela y sacrificar unas dosis de LSD en el tanque de agua; o acaso de una locura más actual, como sacar un arma automática de la mochila y cargarse a algunos compañeros y profesores. Pero Kelley ya no es un artista “emergente”: ha sobrepasado la cincuentena y cotiza en el puesto 70 del top 100 de la “bolsa” de artistas Artfacts.net (y sigue en alza), pese a que no se dedica a los ejercicios relacionales de rigor hoy en día. Tampoco cultiva lo que podríamos llamar –traspolando un concepto sugerido hace poco para la literatura– el arte de Estado, esa condición acrítica de tantas prácticas artísticas actuales que, aunque ya no cortan ni pinchan, se ocupan de festejar sus filos de utilería. Sin embargo, de hecho Kelley sigue cometiendo felonías y ofensas, pero se limita (¿se limita?) al terreno simbólico, y en él mantiene su eficacia perturbadora.

Una mantita en el piso, dos bafles, un póster, unos muñecos de peluche. La maqueta blanca de un gigantesco complejo educacional de aspecto racionalista. Emblemas estudiantiles, institucionales, religiosos, cómics, pósters. Cierto clasicismo disfuncional, artesanía y trabajo manual ostensible: dibujo, pintura, objetos, pero también videos, música, poesía, performance. Sin embargo, la aparente inocencia se tiñe de pronto de un aire malsano. ¿De dónde el malestar que emana de estas constelaciones? La fuente es difusa. Hay un vago tono autobiográfico en las obras de Kelley, discípulo de Douglas Huebler en el Instituto de Artes de California, aunque algo no termina de encajar.

¿Quién recuerda qué? ¿De quién son esas memorias torturadas? Kelley, para quien el arte es primordialmente “la producción de una realidad provisional”, define su obra como “la alabanza de la malinterpretación”. Le interesan cuestiones tan bizarras como el Síndrome del Falso Recuerdo, los relatos de abusos satánicos, los de supuestos raptos por extraterrestres o los colores que se pueden encontrar en la basura. Todo esto redunda en un híbrido de cultura popular norteamericana, rock experimental, postconceptualismo y narrativa desquiciada. La mezcla de elementos ficcionales e históricos carga la obra de una energía perversa y juega con la necesidad de proyección emocional y de sentido del espectador.

A fines del año pasado, y en coincidencia con Day is Done, su última muestra individual en la galería Gagosian de Nueva York, se publicó Interviews, Conversations, and Chit-Chat (1986-2004), un libro que reúne doce entrevistas realizadas por Kelley, tan reveladoras de las ideas e intereses de este como de los de los entrevistados. Se abre con una conversación entre Kelley y John Welchman –editor de la publicación y de otros textos del artista– acerca de la entrevista en sí misma como práctica y situación. De hecho el formato tiene una fuerte presencia en varias obras anteriores de Kelley como Cross Gender/Cross Genre y The Poetics Project. Lo interesante aquí es que el espectro va desde el diálogo en profundidad con artistas vinculados a Kelley por lazos afectivos y creativos, como sus amigos Tony Oursler y Jim Shaw, hasta otros que le eran desconocidos hasta el momento de entrevistarlos, como Larry Clark y John Waters, dos destacados del cine off-Hollywood. Otro aspecto que modula los registros es que fueron hechos para publicaciones de carácter tan diverso como Interview Magazine y Flash Art, fanzines underground y revistas especializadas de cine y performance.

Las entrevistas están atravesadas por una extraña tensión que, a instancias de un azorado Welchman, Kelley explica con una afirmación lapidaria: “Nunca pretendí que esto fuera un libro. No es un libro de entrevistas mío. La mayoría no elegí hacerlas yo. No están hechas como a mí me gusta. En cierto sentido no soy el verdadero responsable”. Kelley se refiere a que varias fueron realizadas por encargo, y a lo que denomina “limitaciones del mundo de las publicaciones”: espacio, tiempo, tópicos, control editorial, etc. Pero está diciendo una media verdad; de hecho es un entrevistador agudo y dúctil, capaz de llevar la conversación a terrenos inicialmente impensados por el interlocutor.

Interviews… contiene pequeñas confesiones incómodas, información que, como define Welchman, no suele encontrarse en los catálogos de arte, y que emerge porque todos ven a Kelley como un par ante el cual pueden decir lo que no dirían a un periodista. Así Larry Clark, quien, luego de contar cómo a los quince años pensó en suicidarse porque no le crecía vello púbico, se libera lo bastante para contar su fantasía de tener de nuevo catorce para cogerse a las amigas de su hermana. O el logorreico John Waters, compelido a hablar de todas las formas de suciedad, al extremo de preguntarle a Kelley si se lava el pelo todos los días y si limpia él mismo su casa. Jim Shaw explica que su fascinación adolescente por el extremismo político provenía de haber visto por TV las revueltas de Chicago, y lo “cool” que era ver a la gente tirando piedras a los policías. Con Richard Prince, la desopilante entrevista, telefónica, se reduce a responder a dúo un cuestionario. En ese marco Kelley le cuenta a Prince que está haciendo una obra con una historia que leyó en el diario: un tipo obsesionado con Steven Spielberg tiene la fantasía de ser un bebé dinosaurio que viola al director de cine. Thurston Moore, el guitarrista de Sonic Youth, cuenta cómo su interés por la poesía de la Beat Generation y la de la “escuela del Medio Oeste” lo llevó a formar una colección de decenas de miles de volúmenes.

Finalmente, el propio Kelley es entrevistado por Jeffrey Sconce, a propósito de la muestra Lo siniestro (The Uncanny), que el primero curó para la Tate Liverpool en 2004. La exhibición incluyó obras de artistas contemporáneos como Christo, Paul McCarthy, Tony Oursler, Ed Kienholz y el propio Kelley, así como elementos no artísticos: enseres funerarios del Antiguo Egipto, estatuas de cera, artefactos de parques de diversiones, animales de peluche y extravagantes colecciones de cosas encontradas, propiedad del mismo curador. Kelley refiere precisamente lo siniestro a lo unheimlich freudiano; pero no deja de tomar los textos de Freud como ficciones: “No veo el psicoanálisis como una ‘ciencia’”, afirma. “Aprecio en especial que Freud siempre esté fundamentando las cosas en el mundo, regresándolas a las relaciones familiares, a los lazos con los objetos, una preocupación que se vuelve más y más distante en el trabajo subsiguiente de los post-freudianos […] Por mi parte, dado que trabajo con materiales, valoro que Freud cree una mitología compleja que aun así trata de vincular a la vida cotidiana.”

1 Sep, 2006
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