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Dos libros sobre crítica literaria editados el mismo año pueden ayudar a entender cuál era el estado de la cuestión teórica a principios de este siglo. Por un lado, la Historia de la crítica literaria de David Viñas Piquer (Barcelona, Ariel, 2002) comienza con las interpretaciones alegóricas de la poesía en el siglo VI a.C. y termina con los estudios culturales. La historización de la teoría literaria, por tanto, acabaría con su última corriente institucionalizada en cátedras estadounidenses. Por el otro, Introducing Criticism at the 21st Century (Edimburgo, Edinburgh University Press, 2002), editado por Julian Wolfreys, desgrana las principales tendencias de la crítica futura: la crítica de la diáspora, la crítica ética, la teoría de la complejidad, la ecocrítica, la cibercrítica, la crítica espectral y, sobre todo –al hilo de la obra de Franco Moretti–, la crítica espacial. Más o menos cercanas a los estudios culturales, estas posibles disciplinas en formación constituyen lo que Jameson llama una “superposición de perspectivas disciplinarias”. La ética o el espacio serían las capas principales, los estratos más gruesos de un trabajo en el ámbito de lo literario que no tiene complejos en recurrir a cualquier ciencia o metodología o perspectiva que permita profundizar en un tema o ampliar nuestra visión sobre él. No petrificadas todavía en una red de cátedras, constituirían vías posibles, todavía abiertas y, por ello, especialmente (quizá) fructíferas.
El capítulo octavo del libro de Wolfreys, a cargo de Phillip E. Wegner, “Spatial Criticism”, situaba los inicios de esta tendencia en Foucault, Lefebvre, De Certeau y la relectura de Benjamin, es decir, en la reflexión sobre las prácticas del espacio de los años setenta y ochenta; y destacaba el Atlas of the European Novel, 1800-1900 (1998), de Franco Moretti, “un examen de las producciones de espacio ficcional que aparecen en las novelas europeas del siglo XIX, y de la circulación y distribución de producciones novelísticas diversas en el espacio ‘real’ de Europa y del globo”. Es interesante el énfasis que hace Wegner en el concepto de “producción”.
Efectivamente, en ese libro seminal, Moretti examinaba los circuitos de los libros producidos en Europa sobre todo durante el siglo XIX, es decir, su circulación, en mercados nacionales y transnacionales; pero también analizaba las representaciones espaciales que las obras de los grandes autores (como Dickens) proponían. Para ello utilizaba sobre todo mapas. Mapas que nos ayudaban a entender las rutas textualizadas en la novela picaresca española de los siglos XVI y XVII (hasta el itinerario es original en el Quijote: mientras la mayoría de las obras recorren los caminos que unen Madrid, Sevilla y Toledo, Cervantes opta por un inédito recorrido desde un pueblito de La Mancha hasta Barcelona). La ubicación de los protagonistas de las obras de Balzac y de sus objetos de deseo en un mapa de París permitía concluir que el espacio principal se erigía a orillas del Sena, a “medio camino entre el mundo de la juventud y del deseo”, de modo que los puentes se convertían en símbolos del tránsito socioeconómico y de la ambición personal. Por poner un tercer ejemplo, el mapeado de las traducciones europeas del Quijote mostraba olas expansivas, del siglo XVIII y XIX, que posibilitaban la comprensión de la relectura de la obra de Cervantes por parte de la Ilustración inglesa, el romanticismo alemán o el realismo ruso.
Los que leímos su Atlas de la literatura europea 1800-1900 (Madrid, Trama, 2001) y lo seguimos en sus periódicos artículos de New Left Review, ya sabíamos que el profesor Franco Moretti tiene la capacidad de sorprender y de convencer con estos enfoques novedosos. En su último volumen, La literatura vista desde lejos (Barcelona, Marbot, 2007), encontramos una crítica de su obra anterior: reconoce que no eran mapas lo que en verdad estaba trazando en aquel libro, sino diagramas, es decir, esquemas, formas de abstracción que no siguen el método cartográfico. De ese aprendizaje surge esta obra, donde no obstante la estadística, los mapas y los árboles, tres formas de abstracción importadas de otras disciplinas, nos ayudan de nuevo a entender que todavía nos falta muchísimo por entender. Como dice el propio autor: “Problemas carentes de solución es exactamente lo que necesita la historia literaria, donde planteamos sólo las preguntas de respuesta ya conocida y, por lo tanto, nunca nos enfrentamos con los límites y las lagunas de nuestro conocimiento”. Para los interesados en la literatura comparada, las observaciones de Moretti nunca dejan indiferentes, porque tras sus esquemas, lanza atractivas ideas acerca del estilo indirecto libre, el diálogo narrativo entre campo y ciudad o la vinculación entre generaciones biológicas y alternancia de géneros predominantes. Ideas apuntadas y argumentadas, pero no cerradas. Invitaciones a la investigación futura.
Se podría decir que Moretti propone el open reading, en contraposición al close reading. No me parecen opciones excluyentes. Según los intereses de cada lector sistemático, un texto puede reclamar una lectura atenta, focalizada en la retórica o la semántica, o una lectura general, a vista de pájaro. El argumento es irrefutable: la historia de la literatura se construye mediante el canon, y este representa menos del uno por ciento de los libros literarios que se publican. Para realmente formarse una idea de conjunto, por tanto, hay que encontrar otras estrategias de análisis. De un análisis aéreo, que permita ver lo literario desde la perspectiva de Google Earth.
Desde que leí el Atlas, me parece que es muy útil, para explicar en el aula La Celestina o La Regenta, dibujar un croquis de las ciudades donde las obras suceden, con las tensiones entre los espacios públicos y privados, entre margen y periferia, entre edificios simbólicamente rivales. Hay quien se lleva las manos a la cabeza cuando ve que el cómic o la televisión son analizados con el mismo rigor hermenéutico que la alta literatura; seguramente reaccionará igual ante la propuesta de Moretti, en la que lo literario se investiga formalizándolo, espacializándolo. En nuestro siglo XXI asistimos a una ampliación de las formas de lectura: resistirse a ella no es sólo reaccionario, es estéril.
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