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Milpalabras

MILPALABRAS

 

Esto, que la fantasía quisiera tomar por un herpes en la grupa de un león, o un collar de dientes en un pecho trigueño, es una foto de gente paleando arena: una enormidad de arena en una vastedad montañosa sólo mojonada por ellos y por la tenue polvareda que hacia el filo de la cuesta levantan el viento y las palas. La foto también es documento y parte de un hecho plástico que su autor, el belga-mexicano Francis Alÿs, denomina acción. Que uno tema ofender a Alÿs si la califica de “obra de arte” indica: 1) que irresistiblemente percibe el hecho como arte, y 2) que no bien lo percibe así, siente que el arte todo ha iniciado otro de sus característicos cambios de índole. Pero otros documentos que incluye la obra ayudan a descolocarnos más. Dicen que el 11 de abril de 2002 Alÿs reunió a quinientos voluntarios en el asentamiento “Mi Perú” (en las afueras de Lima, donde las tensiones y frustraciones de villas de aluvión irritan la majestad del paisaje) y los proveyó de palas; el propósito era empujar entre todos la capa superficial de una duna de cuatrocientos metros de diámetro. A trabajar se pusieron. Ahora podemos decir que esculpieron el paisaje, pero el esfuerzo concertado que exigió la gesta, el entusiasmo responsable y desprendido habrán sido tales que uno se pregunta si no será eso lo que sugestiona, no la foto. Pero he ahí la cuestión, claro; no humillar nuestra candidez sino agitarla. Desde que se desechó la idea de que el arte tenía que copiar a la vida, no han parado de asomar variantes de la idea de que el arte debe ser como la vida: una fuente generadora de ejemplares nuevos, de cosas que antes no estaban. Así fue creciendo la veleidad del arte por hacer prodigios y, en medida complementaria, una vocación por el desastre. El título de la acción que documenta esta foto es Cuando la fe mueve montañas. La presentación del curador dice que Alÿs concibió un “milagro profano”. ¿Y por qué no?, piensa uno mirando la duna. David Hume, ese escéptico para quien el nexo causa-efecto era una fabricación de la mente, concedió sin embargo que podía darse crédito a un milagro si lo atestiguaban espectadores en cantidad. Bien: los quinientos paleadores de “Mi Perú” consiguieron desplazar la gigantesca duna… ¡unos centímetros! Como milagro no será supremo, pero corta el aliento. La Naturaleza tal vez lo viva como un desastre. No sabemos. No sabemos, y de esta incertidumbre debe venir esa especie de bienestar apático que trasluce la foto. Cuanto más mira uno, más raras se vuelven las sensaciones; por suerte, el texto del curador lanza por fin la consigna que las justifica:

UN MÁXIMO ESFUERZO CON UN MÍNIMO RESULTADO.

¡Ja! Qué alivio. Y qué ganas. Uno tendría que haber estado ahí. Participar de esa burla al escollo, de ese proyecto vano, de ese reto a la pesadez del mundo pero también al deseo pueril de liberarse de todo peso. Porque, por mucho tiempo, aligerar y alegrar la vida, redimir a la mayor cantidad posible de humanos de las cargas indignas que nos abruman, fue la antorcha de la izquierda. La derecha, en cambio, insistía en las responsabilidades, la dificultad del poder, la finitud, los límites al deseo, las necesarias virtudes del temple empresarial y guerrero, la inevitabilidad de los sacrificios. Hoy los papeles se han invertido. El capitalismo exige humor y alienta la rapidez, la levedad (digital, satelital), la satisfacción inmediata del capricho, mientras la izquierda se vuelve grave, prácticamente moral y atenta al elemento trágico de la vida. Pero asumir honrosamente las durezas de la vida no tiene por qué ser una tragedia. ¡Ni mucho menos!, supongo que diría Alÿs. Todos estamos bajo el fuego cruzado entre la alegría y la gravedad. Más aún: hay tiroteo dentro de cada uno. En esta situación, Cuando la fe mueve montañas es una conquista de la ligereza a partir de la pesadez; una acción disipativa y de intensidad emocional difusa. Más que un reto a la ética puritana del trabajo, más que una crítica a la perversión del trabajo en el capitalismo actual, es la exacerbación patafísica de la realidad del trabajo, la solución imaginativa de un problema por su aumento hasta el estallido.

Hay unas fotos muy chiquitas de Alÿs que pertenecen al género hipótesis para caminatas. En una se ve a un recolector o coleccionista “magnetizado” que deberá atraer residuos metálicos hasta quedar sofocado por sus trofeos. En otra foto, donde un hombre empuja a ras de la calle un tremendo bloque de hielo, un texto comenta: a veces hacer algo conduce a nada. Alÿs sostiene que, si las sociedades altamente racionales del Renacimiento necesitaron crear utopías, en nuestra época hay que crear fábulas. Las fábulas añaden realidad visible donde la realidad de recibo está nublada y, si el arte ha de ser más insensato que el disparate de vida en que ha culminado la razón dogmática, Cuando la fe mueve montañas es una cumbre del realismo contemporáneo. Para los marxistas, Alÿs podría ofrecer una nueva respuesta al drama de la alienación: el producto de estos trabajos no puede ser confiscado porque es puro fenómeno: la fundición de un bloque de hielo, el desplazamiento de una montaña de arena. Tal vez, mañana, de paseo por las afueras de Lima, una pareja de enamorados se sorprenda: Uy, ¿antes esa duna no estaba más allá? Y si no lo nota nadie, igual nos queda la imagen de una gran loma de arena brotada de gente. Los cultores del land art intervienen la Naturaleza con prudencia, buscando entablar con ella una relación; es un romanticismo adverso al dominio utilitario. Pero la despreciada ética del trabajo tiene sus menos y sus más. Es falaz denigrar el trabajo utilitario sin preguntarse por el sentido, no sólo del trabajo inútil (como el del arte), sino del más respetado capital simbólico. Para Alÿs todo está en cuestión. Miren esa duna: la verdad, no le hacía ninguna falta que apareciéramos. Su único problema era la inmovilidad, si acaso. Pero, ya que el hombre no puede con su carácter, antes que aplanarla con una pirámide u otra cosa útil o admirable, hoy no era mala salida moverla apenas un pelo. Darle animación, es decir. Con delicadeza. Como hace el viento, ese desapasionado, que aquí por su parte borrará las pisadas.

 

1 Mar, 2005
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