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La primera vez que fui a ver África llegué tarde. Una persona que trabajaba en el teatro me acompañó hasta la puerta. Antes de abrirla, se dio vuelta, me miró y me hizo una señal: apoyó un dedo sobre los labios para indicar silencio e hizo shhhh. Entré despacio. Primero todo era oscuridad y no vi nada. Di unos pasitos cuidadosos, unas tropezaditas, me moví a tientas. Una vez que me acostumbré a la oscuridad, reconocí el espacio, los espectadores, el escenario. En escena hay dos tipos de pie vestidos con camisas blancas gastadas y bermudas a lo “cazador-blanco-en-África”, haciendo sonidos raros con la boca, deformándola, al compás de ciertos movimientos giratorios de cabeza. Cuando terminan con eso, cubren sus rostros con barro. Con la cara cubierta de barro, yo los puedo ver, pero ellos no me ven a mí. Ahí están, mirando sin ver. Después los dos “barro-tipos” dan, como yo al entrar, unos pasitos cuidadosos, una tropezaditas, se mueven a tientas.
Y así está pensada y armada la obra: África es lo a tientas.Como si alguien se hubiera puesto a pensar en África, el continente, y se le hubieran aparecido imágenes sueltas, fragmentos de escenas: un león cazando una gacela, un negro del que en la oscuridad sólo se ven los dientes, lo que sea. Y como si después esa misma persona se hubiera puesto a pensar en una obra y ahí también se le hubieran hecho presentes imágenes, fragmentos de escenas: dos tipos con las caras cubiertas de barro de pie en el escenario sin poder ver; un tipo con el torso descubierto imitando a una chica vestida de cebra pero sin máscara; una chica pidiéndoles a los espectadores que escriban sus miedos más profundos sobre su cuerpo con un marcador; dos tipos bailando como si se terminara el mundo, etcétera.
África es el gesto de pensar en algo, es la danza de la mente, caminando a tientas dentro de sí, bailando desenfrenada en la oscuridad de su propia casa. Las escenas fueron sacadas de un pensamiento, crudas, fáciles, livianas: son “esceno-diálogos”, “bailo-recuerdos”, “ficcio-movimientos”, “danzo-comentarios” que —como un territorio donde todo es posible— no quieren tener centro, se suceden, más que una después de la otra, una al lado de la otra, una sobre la otra, se arman y se desarman y tratan de definir eso que vemos cuando cerramos los ojos.
Uno de los momentos más fascinantes de la obra se produce cuando el escenario vacío es literalmente inundado con humo artificial, que se mueve muy lentamente hasta desvanecerse. Somos espectadores de la danza del humo que está solo y se mueve a tientas en esa sala hecha de paredes negras, de luces que iluminan pacientemente.
La obra África —igual que el continente— se trepa por encima de sus propios límites. ¿Dónde empieza, dónde termina África? Sentado entre el público, empiezo a pensar que mi llegada tarde, el tipo haciendo shhhh antes de dejarme pasar, se vuelven parte de la obra. Pero también lo que pasa después: la parrilla donde comemos, en el límite de la ciudad; la autopista que me lleva hasta mi casa. El tiempo de la obra no coincide con la duración de la obra, ni con su comienzo, ni con su fin. África puede durar horas, días, semanas, también puede ser corta. Todo parece importar menos cuando una obra anda a tientas dentro de sí, cuando se da el lujo de andar impresionada, fascinada con no querer saber, sino con moverse, con andar y andar.
África, dramaturgia y dirección de Luis Biasotto, Centro Cultural San Martín, Buenos Aires; se repone en marzo de 2015.
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