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El deseo de ser otro está entre los fundamentos de toda ficción, tanto en su producción como en su recepción, muchas veces incluso en el propio argumento —ahí están Don Quijote, casi cualquier novela moderna o tantos cuentos de Borges, si hacen falta evidencias—. Las creaciones teatrales de Mariano Pensotti tematizan esta cuestión: en aquellos Cineastas que con sus películas hechas de procedimientos teatrales borroneaban los límites entre la ficción y la vida, en los cuatro ya no tan jóvenes de El pasado es un animal grotesco que dejaban lo que creían que iban a ser para encontrarse con lo que eran y, más lejos en el tiempo, en aquel joven de Vapor que se hacía pasar por amigo de la infancia para visitar moribundos.
Cuando vuelva a casa voy a ser otro comienza cuando un ex militante revolucionario de los setenta se entera de que mientras estaban excavando para hacer una pileta en el jardín de la que fue su casa encontraron bolsas con objetos que él había enterrado durante la dictadura y había dado por perdidos. Así, cuarenta años después, se ve enfrentado a los restos de una persona que ya no es. Reconoce todos los objetos salvo un cassette, que va a disparar las varias historias que se entrecruzan: Manuel, el hijo director teatral, que intenta recuperar su prestigio haciendo otra vez la obra que lo consagró (guiño divertido que envía a El pasado…) y, cuando está en eso, se da cuenta de que hay un impostor que se apropió de su creación; una cantante que lidera un grupo de rock y se encuentra con una historia de su padre desaparecido que cambiará su destino musical; un político de izquierda cuya pareja entra en crisis cuando pierde las elecciones y ya no encuentra sentido en su actividad política, y más. Todos los personajes ven tambalear la imagen que tienen de sí mismos, como si sus identidades hubieran sido hasta ese momento artificiales, teatrales, pero la salida no parece estar sino en el acceso a una nueva ficción en la que creer.
Al igual que en las otras obras de Pensotti, Mariana Tirantte crea un potente dispositivo escénico que opera como multiplicador del sentido de la dramaturgia: en este caso, dos cintas transportadoras siempre en movimiento van haciendo pasar las escenas y los objetos. Por otra parte, se usan recursos, teatrales y cómicos, que parecen provenir de un viejo museo de arqueología que busca preservar los rastros materiales de otras eras. La obra indaga en la arqueología de estas vidas, en las capas “geológicas” de estas familias, como todas atravesadas por continuidades y discontinuidades. Los actores (notables Mauricio Minetti, Santiago Gobernori, Andrea Nussembaum, Javier Lorenzo y Juliana Muras), con destreza técnica, entran y salen de la ficción, encarnan las frágiles identidades de sus criaturas, el vértigo del tiempo y las mutaciones que las atraviesan. A la manera brechtiana, unos carteles narrativos hacen avanzar las historias e interactúan lúdicamente con las escenas.
Las obras de Pensotti fuerzan los bordes de la especificidad teatral y la estiran hacia otras artes o, más precisamente, convierten en teatro procedimientos de otros lenguajes artísticos: el cine, la literatura narrativa, las artes visuales. Es como si sus obras llevaran en sí el deseo del teatro de ser otra disciplina artística, como los personajes que luchan por ser otros, como los propios espectadores que al salir de ver la obra y volver a casa descubren que son otros.
Cuando vuelva a casa voy a ser otro, dramaturgia y dirección de Mariano Pensotti, escenografía y vestuario de Mariana Tirantte, Centro Cultural General San Martín, Buenos Aires.
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