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Tranquilamente podría el espectador de El grado cero del insomnio ver la obra al ritmo punch de “Demoliendo hoteles”. Si Charly García, allá por los años ochenta, reivindicaba la demolición como modo de pasar la existencia, hoy este otro García hace lo propio y no deja títere con cabeza.
Dirigidos desde el esperpéntico chorus line que integran diez actrices formidables, los dardos tienen por blanco la farsa de la corrección política, la propia política, la clase media, el público burgués y, sobre todo, el teatro. Todo el teatro: el comercial, el oficial, el independiente y, en especial, una modalidad omnipresente en los tres ámbitos que García Wehbi va a bautizar como “teatro de living”, y que en el marco del espectáculo será pronunciado todas las veces (y son reiteradas) resaltando la g de la última palabra, guiño hilarante que vendría a desautomatizar la percepción sobre el objeto, al decir de Víktor Shklovski. Y si el “teatro de living” es un cadáver, nos dice el director, no lo son menos las formas más contemporáneas herederas del cruce que supo (o sabe) tener el teatro con la performance, género cooptado por la institucionalidad biempensante y la lógica del mercado, como (casi) todo. Ni siquiera se salva Marina Abramović, la abuela de estas cuestiones. Contra el biodrama, el teatro documental, el intermedial, el presentativo, el de lo real, El grado cero del insomnio se encarga de pulverizar todas las categorías con las que la Academia suele encorsetar sus objetos de análisis.
El espectáculo se desarrolla bajo la mirada impasible de un álter ego del filósofo esloveno Slavoj Žižek que, sentado en un extremo de la escena, oficia de testigo de su propio discurso en la medida en que es “hablado” por el de las intérpretes. El público es otro de los blancos a los que apunta El grado cero del insomnio, pero esto es moneda corriente en las producciones de García Wehbi. Es cierto que trabaja denodadamente para generar disenso, sin embargo el público al que provoca no le hace frente. Tal vez sea porque, a pesar del encarnizamiento, el espectador se ve reconocido en la propia descalificación. Y si así fuera, la recepción no diferiría de la que promueve el “teatro de living”.
Demolidas ya las categorías, las certezas y el teatro en su estado actual, ¿qué queda en pie? —si todavía quedó algo—, me pregunto. Y ahí rescato a esas Erinias furiosas, eléctricas, puro brío, pura intensidad, las reales y bellas chicas del coro que —seguro— no van a dejar de brillar. Podemos tener esperanza.
El grado cero del insomnio, dramaturgia y dirección de Emilio García Wehbi, coreografía de Alejandra Ferreyra Ortiz, música de Marcelo Martínez y Vanesa del Barco, Teatro Beckett, Buenos Aires.
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