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Leo Maslíah y Daniel Hendler ya habían trabajado juntos en las tablas. Ahora estrenan una obra escrita y actuada a dúo, Influencers, que luego tendrá su versión montevideana. El título es una suerte de macguffin: Hendler y Maslíah —interpretando versiones ficcionalizadas y un tanto cretinas de sí mismos, un poco a la manera de Larry David y sus amigos en Curb Your Enthusiasm— se reúnen para pensar un espectáculo que les otorgaría a ambos el estatus (y los beneficios) de esa ocupación tan siglo XXI como es la de influencer, quizá la fantasía suprema del emprendedurismo, donde un celular con una buena cámara y un aro de led pueden ser el pasaje a un mundo de éxito. Los personajes encaran la cuestión con el mismo convencimiento que en los ochenta podían tener un parripollo, una cancha de paddle o un videoclub; sólo que, en esta actividad, el omnipresente teléfono celular (dos, en verdad) es el verdadero amo y señor de la historia.
Pero más que la progresión de una trama, encontramos una metaobra en varias capas, que juega con la cuarta pared (ya desde la voz en off del principio que, al contrario de lo habitual, arenga a la gente a utilizar el celular durante la función), permite reírse de egos y miserias de los mundillos artísticos en que ambos se mueven y, sobre todo, comentar la verdadera pandemia de este siglo: el smartphone.
La impronta de Maslíah, para cualquiera que lo haya leído o escuchado, se nota en la elección de nombres ficticios, sus non sequitur, o los juegos de homofonía, como esa aplicación que suena para mandar a su personaje, como hacía su madre, a estudiar piano: Mamapp. Administrar el tiempo es una de las grandes cuestiones de la vida. Las apps que colman los smartphones ayudarían a hacerlo, pero en verdad, se apropian de él y lo mercantilizan. La música también es una forma de organizar el tiempo, y el momento más saludable que se permiten los personajes en toda la obra. Incluso Hendler toca el piano brevemente, durante una salida de campo de Maslíah.
Entre chistes sobre celulares con “comorbilidades”, redes de wifi, notificaciones, cookies, paquetes de datos, fallas en la batería, cargadores defectuosos, el teléfono “escuchando” a su usuario y actuando en consecuencia (¿a cuántos nos pasó eso?), o versiones de prueba de las aplicaciones más ridículas; también hay dardos sobre la necesidad de crear una persona pública para las redes potenciando la falsedad en el mundo de la actuación o de la música. Ahí está la máxima del personaje de Maslíah: “Nunca me presento a un concurso sin conocer al jurado”, para luego quejarse de haber compuesto explícitamente apelando al gusto de un integrante de la mesa, sin obtener resultado alguno. También hay un uso casi indiscriminado del término “proactivo”.
Un elemento que tiene su peso en la obra es la idea del plagio. Son constantemente amenazados mediante mensajes a sus celulares por una tal “Patricia”, quien dice que todos los diálogos en escena ya fueron escritos y registrados por ella. En un momento las “Patricias” se duplican, en un nivel de absurdo digno de Andy Kaufman o, para no caer en la referencia extranjera, del mejor Maslíah.
El dúo rompe la cuarta pared varias veces: el público es parte de la “oficina” de Maslíah, quien lo tiene a su disposición para testear ideas. En un momento piden que la audiencia programe sus alarmas a cierta hora, cercana al final. Cuando suenan, están reducidas a ser el pie de un chiste sobre lo molestos que son los celulares en un teatro: la fantasía de interacción se reduce a una broma construida a expensas del público. Esa suerte de anticlímax y otros detalles ajustables no desvirtúan la pertinencia de la sátira que Maslíah y Hendler construyen sobre la vida moderna, donde el otro parece cobrar entidad sólo en tanto pueda ser convocado para emitir una respuesta.
Influencers, dramaturgia de Leo Maslíah y Daniel Hendler, Teatro El Picadero, Buenos Aires, 3, 4, 10 y 11 de diciembre de 2021.
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