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“La memoria futura son cuatro recorridos que se suceden al mismo tiempo. Los textos pertenecen a mujeres cuyos nietos fueron secuestradxs por el Terrorismo de Estado. Todas ellas fueron, en algún momento, entrevistadas por el Archivo Biográfico Familiar de Abuelas de Plaza de Mayo. Dejaron sus voces grabadas para que fueran al encuentro de sus nietxs. Algunas lxs encontraron, otras continúan la búsqueda, otras murieron sin poder encontrarlxs”. Este texto explicativo se encuentra en el anverso del programa que el espectador recibe una vez terminada la obra. El momento es de una gran emotividad. Algún espectador llora, otros se abrazan; algunos permanecen quietos, como si hubieran recibido un golpe y hubieran quedado inmóviles, a la espera de que el cuerpo se recomponga del sacudón; otros miran el cielo, en silencio, o sonríen. Es imposible hablar de esta puesta sin remarcar el pathos que la atraviesa, o sin señalar la reconversión del espacio, como una alquimia, que siente quien ha caminado por ese parque siendo parte de la función durante cerca de una hora y media.
Porque en La memoria futura los desaparecidos aparecen, pero no lo hacen de modo espectral o como temática de la representación teatral. Aparecen como vivacidades, como destellos que nos llegan desde el paisaje, canalizados a través de esos relatos puestos en la voz de mujeres qué actúan en un parque público que, a su vez, es el lugar de emplazamiento del memorial de las víctimas del terrorismo de Estado. Las actrices son Florencia Bergallo, Karina Frau, Gaby Ferrero, Juliana Muras, Andrea Nussembaum, Susana Pampín, María Inés Sancerni y Frida Jazmín Vigliecca, encargadas de teatralizar y ser portavoces de la dramaturgia que ha surgido de esos testimonios. Mujeres trazando la singularidad de una biografía; es decir: recordándose a sí mismas, desgajando en su recuerdo los complejos niveles de significación que ellas condensaron en las palabras madre, abuela; reponiendo a través de la memoria quiénes eran antes de que la historia las hiciera ser lo que fueron.
Lo ominoso aparece entonces en ese abismo infranqueable entre el detalle ínfimo, a veces absurdo (una madre buscando el paradero de su hija desaparecida en una tienda de lencería llamada Tienda Chica, que confunde con el nombre del penal de Sierra Chica) de la historia como relato y lo que cada espectador conozca de la historia transmitida como bloque del pasado, como hecho o período histórico, como asignatura escolar. La historia y los desaparecidos aparecen en el proceso de filtrado de cada intimidad (que es posible presuponer, aunque no se los haya visto, en cada uno de los recorridos), en la serie especular de todos los relatos que confluyen finalmente en esa experiencia compartida, vuelta política y colectiva, de sus desesperadas búsquedas.
Pero La memoria futura, en este sentido, actúa en contra de cualquier criterio de tipificación. Es en la tensión entre lo individual-singular y lo tipificado-colectivo de su ser abuelas donde esos relatos, a través de la obra, se abren a una nueva y posible escucha; y es en la exploración de esa instancia a través de la cual la puesta adquiere su enorme potencia interpelante: hacia el espectador propiamente dicho, o incluso hacia el eventual paseante del parque que se suma a la obra.
Este carácter fortuito de lo que se llega a escuchar está planteado como principio organizador de los recorridos. Al espectador que asiste por primera vez le toca al azar un recorrido (la escucha de dos relatos) casi como a cada una de las abuelas representadas les ha tocado su historia, el trágico destino que ellas son y que sin embargo abrazan. Quien escucha, piensa: en otro lugar, en otro recorrido, otra historia, singular, está siendo contada.
La presente coyuntura política direcciona, innegablemente, los diversos sentidos con los que es posible acercarse a esta potente obra/homenaje de Luciana Mastromauro. Puede decirse que negacionista no es simplemente quien niega, sino quien se jacta además de afirmar y proclamar su negación. En este caso, y pese a su carga, las palabras afirmar y negar no aluden a ningún tipo de operación filosófica. El llamado a una supuesta “memoria completa” como postulado es, por otra parte, ajeno a toda política del recuerdo, puesto que la memoria, como discurrir vital, no puede ser sino incompleta, no conclusiva, además de refractaria por naturaleza a ser catapultada al espacio de lo abstracto.
Desde su propio título, La memoria futura ubica el pasado como legado abierto a una transmisión, a un relato oral plausible de ser contado, narrado, dicho, escuchado, en una intervención que no puede sino oponerse al imperativo de darle a la memoria un punto final, un cierre definitivo. En Cada vez única, el fin del mundo, Derrida señala que “la muerte proclama cada vez el final del mundo en su totalidad, el final de todo mundo posible y cada vez el final del mundo como totalidad única, por lo tanto irremplazable y por lo tanto infinita”. Esa infinitud que son los ausentes para los seres que quedan es el espacio abierto y el escenario sobre el que la obra de Luciana Mastromauro se apoya para representar.
La memoria futura. Las voces de las Abuelas, dirección de Luciana Mastromauro, Parque de la Memoria, Buenos Aires.
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