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La raza

Beltrán Crucci

TEATRO

Hace años que las lúdicas piezas de Beltrán Crucci circulan de forma casi secreta, en contadas funciones, en ensayos abiertos de trabajos por siempre en proceso, en performances de teatro leído. Esta edición pone coto a esa provisionalidad y reúne tres de sus textos, acompañados de un prólogo del dramaturgo y director Maximiliano de la Puente. En el primero, “La raza”, Personaje Blanco llega por azar a una reserva indígena, donde se encuentra con Indio Joven, Indio Viejo, la Abuela y el Oso. No se trata de un Mansilla en excursión decimonónica, sino de un turista o viajero contemporáneo. En este antiwestern contemplativo y burlesco se puede leer un tratamiento al mismo tiempo empático y satírico de ese lugar común de los sectores ilustrados urbanos que encuentran en el viaje hacia alguna cultura indígena y en el consumo guiado de ayahuasca o peyote un acceso a cierta forma de revelación. En consonancia, se insinúa una oblicua evocación de textos que hacen del otro indígena una fuente de resistencia espiritual para huir de la razón occidental y del mercado omnívoro, desde Castaneda a los beatniks. “¡Carajo!, me hechizaron los hijos de puta. Aprendo a morir, sí, sí”, dice Personaje Blanco mientras vomita detrás de una roca, e Indio Joven le explica que el aire le sentó mal. Conocedores de la obra musical de Leonard Cohen y de Neil Young, estos indios arman banda con el visitante y cantan en inglés, recuerdan a aquellos mapuches filósofos y lingüistas de La liebre de César Aira. La Abuela, que se separó de Indio Viejo y se fue a vivir su romance con el Oso (literalmente un oso), tiene intervenciones fantasmales pero contundentes, trae la reminiscencia de una vida diferente, acaso libre de la Gran División occidental o, al menos, con una configuración muy distinta del par naturaleza-cultura. “Bajás línea, abuela”, le dice el Oso, que de vida indivisa sabe mucho.

“¡Koápe la felicidad!” sucede en un escenario partido en dos territorios míticos, el de Mamasote, un empresario de medios mexicano, que habita con López y Niú, y un Paraguay tórrido, carente de agua, donde viven Raquela, Cambá y Nery. “Danza épica en catorce cuadros”, dice el subtítulo de la pieza, y Raquela será la Helena que motivará el conflicto entre los bandos. “¡Acá la felicidad!”, traduce del guaraní Cambá cuando Raquela se va detrás de Mamasote. Una felicidad que siempre está en otra parte parece ser el motor de los personajes; en la frontera de estos sitios arrasados adviene la resolución, en un duelo imprevisto y de gran fuerza teatral.

Finalmente, “El regodeo” es una obra basada en Platonov, de Chéjov, un juego metateatral en el que se planifica una puesta de Beckett, mientras se extingue el mundo de Ana Petrovna y su corte. “Hay que irse, en un momento hay que irse. Esta no es la vida”, dice Platonov y no se va a ningún lado. Yaco, el sirviente que se emancipa, es el único que guarda entusiasmo por el futuro que lo espera; es él quien puede ver lo que sucede, comenta la obra y su estructura. Los otros personajes se regodean en un presente en fuga, como si no quisieran enterarse de que intrigan y danzan sobre un suelo que ya no está.

Los tres textos de Crucci postulan mundos fértiles para la experimentación teatral, en los que el lector intuye potentes formas escénicas; imaginarlas y componerlas será el desafío para actores y directores.

 

Beltrán Crucci, La raza y otros textos (casi) dramáticos, Pánico el Pánico, 2014, 104 págs.  

12 Feb, 2015
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