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“Compré una casa de campo, para permitir a mis hijos, que viven en el XV [distrito de París], ver vacas en lugar de árabes”, esclarece el líder ultraderechista Jean-Marie Le Pen desde el epígrafe de una escena de Migraciones, y es incorporado al coro de voces que parlamentan bajo nombres como Uno, Otro, Nosotros, Ellos, X, Y, Sociólogo, Especialistas, Narrador. No se trata de personajes, no hay identidades estables que muten o luchen en el transcurso de esta pieza; sí hay hilos narrativos o temáticos que cada voz va siguiendo a lo largo del cuadro que la contiene. Migraciones presenta lo que podría llamarse una dramaturgia del discurso y del fragmento, que recuerda algunas zonas de la obra de Heiner Müller. Las voces se montan, se compensan, se repelen pero nunca dialogan en la manera más o menos realista o absurda que puede tener una secuencia dialogada. “No solamente se busca hacer, sino ‘ser’, convertirse en ‘otro’ después de la frontera”, reflexiona el Sociólogo e inmediatamente después Mamá dice: “No sabés cómo te extraño. Todas las noches voy a tu habitación, esperando encontrarte…”. Así, los fragmentos de discurso sociológico, político o antropológico contrapuntean con las voces particulares de migrantes, de familiares o de xenófobos exasperados por las minucias intolerables del goce del otro.
La nominación genérica “obra-ensayo” que acompaña el título de la pieza no sólo procura abarcar la notable investigación y la recolección de testimonios, clichés, eslóganes, consignas, sino también la combinación de esos materiales diversos en una forma anfibia. La multiplicidad compleja de voces va conformando el espesor analítico y ensayístico de la obra, a la vez que construye un espacio ficcional en el que se despliega el choque cultural, la posible e imposible negociación de identidades, el desgarro y la integración. ¿Dónde se esconde la potencial teatralidad del texto? Probablemente, en su condición coral, en el cariz emocional de algunas voces, en la fuerza de ciertos relatos, también en la estridencia ideológica de algunos enunciados. Pese a tener un amplio recorrido como director, De la Puente no se entromete en la eventual resolución escénica del texto, prescinde por completo de las didascalias. Son tantos los fragmentos de destinos, los idiomas, las imágenes, que el efecto general es de distanciamiento. No obstante, hay algunas voces que alcanzan a individualizarse y provocan la empatía, como Europa, un actor albanés que, con su tierna melancolía y su sintaxis un poco enclenque, dice sobre su vida en Argentina: “Yo me equivoqué. Pero… estamos viviendo. Mis hijos estudiaron acá. Siempre tiene que mirar lo bueno. No siempre es malo. Qué ganaste. Qué perdiste…”
La edición de Migraciones viene precedida por una obra breve, Fotos encontradas, escrita a partir de un conjunto de fotos familiares que el autor rescató de la basura en una calle del Abasto. Cerca del found footage cinematográfico y del objet trouvé, el origen con sus detalles está explicitado en la pieza. Las voces —Yo, Vos y Él— arman al personaje central de esas viejas fotos analógicas, en las que aparece de bebé y niño. ¿Cómo se llega a la decisión de tirar a la basura las imágenes que conservan algo del propio pasado? Ambas obras abordan al otro como misterio y problema; mientras en Fotos encontradas el protagonista, Yo, se siente ajeno a la propia comunidad, el vasto coro de Migraciones abre múltiples cuestiones en torno a la extranjería, el exilio y el devenir otro en una cultura nueva.
Maximiliano de la Puente, Migraciones, Pánico el Pánico, 2014, 136 págs.
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