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Escrita y dirigida por Lucas Lagré, Nadar mariposa aborda la formación fallida de un deportista de alto rendimiento, que deviene entrenador de natación. Es, en este sentido, una especie de Anti–Bildungsdrama. El recorrido vital del protagonista es así una historia de deformación, que constituye una biografía eminentemente malograda, signada por un modelo pernicioso de educación. En ese proceso, determinado en gran medida por el primer entrenador del protagonista, se conjugan las exigencias del deporte de alto rendimiento con los miedos personales y los códigos machistas de la competitividad (deportiva) masculina.
La obra es un unipersonal en que el deportista narra —e interpreta simultáneamente— el recorrido desde su niñez, marcada inicialmente por el temor al agua, hasta su fracaso en la competencia y su devenir entrenador, pasando por otras vicisitudes intermedias, los celos y pugnas con sus compañeros y los diferentes vaivenes de las complejas relaciones deportivo-grupales. Probablemente, el rasgo más destacado de esa biografía, además de su carácter fallido, es la introyección de los códigos y valores deportivos que condenan al protagonista, y que él luego —nolens volens— inculca o intenta inculcar a sus discípulos. Parafraseando un verso de Heinrich Heine, la actitud erguida, rígida del nadador parece el producto de haberse tragado el palo con el que ha sido golpeado.
Dos son los momentos cumbres de la obra, que de algún modo se complementan en esa biografía. La carrera de El Morocho, un compañero de equipo del protagonista, contra El Porteño y la competencia en que el protagonista toma conciencia del propio fracaso de toda su trayectoria vital y, de algún modo, de la continuación de sus temores primarios. Estigmatizado por ese mundo, se queda encerrado en esos valores. El sintagma del título, Nadar mariposa, conjuga otro de los conflictos vitales del protagonista, una sexualidad no ortodoxa en ese mundo rabiosamente machista.
La trama ha sido construida con gran cuidado y eficacia, alternando meticulosamente pasajes de pathos y de bathos. De ese modo, los cuarenta y cinco minutos de la obra resultan de gran intensidad para el espectador, sin que por eso la pieza se transforme en un largo sobresalto. La actuación de Fernando Sayago es muy lograda, en muchos momentos sorprendente en su admirable solvencia. La iluminación colabora con eficacia para resaltar la intensidad de la acción, o para acompañar los momentos de distensión. La puesta en escena, minimalista, no desentona en nada con el resto de los logros de la obra.
Nadar mariposa, dramaturgia y dirección de Lucas Lagré, Espacio Polonia, Buenos Aires.
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