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TEATRO

Todas las obras de teatro de formato chico o mediano, las “independientes”, están construidas en Buenos Aires sobre una especie de piedra-tema fundamental, que produce un halo que resuena en ellas, un mantra que se escucha desde detrás de las escenografías, un manifiesto bordado sobre tela negra, que va de sala en sala. El manifiesto, el canto susurrado que contienen las leyes de la economía paralela con las que se producen las obras, son no mensurables y se ejecutan después del trabajo, en fletes regateados, en autos prestados, en altillos, en ejércitos de salvación, en locutorios; se llevan partes de casas –sillas, cuadros, picaportes–, que se montan ágilmente en patios traseros hasta ser escenografía; se usan facturas arrugadas, prestadas o alquiladas, entregadas en mano, y partes de vestuarios que viajan enloquecidamente de la vida real al escenario, y de vuelta a la vida real, y de nuevo al escenario. En su realización intervienen manos de seminovias vueltas asistentes de dirección y personas-actores o viceversa que toman cursos o talleres o seminarios de contact-impro-actuación en garages-salas de ensayo. Las leyes de esta economía paralela son el invento-reciclaje-donación-quita-regalo-pedido-trueque-conservación-robo-rechazo-reventa-rebaja-falsificación-autenticación-copia-original-préstamo a corto, mediano, largo plazo, así como la devolución a corto, mediano, largo plazo, y no se mezclan con las de la economía oficial: la compra-venta a precio de lista a cambio de una factura, o el cobro y sus descuentos por obra social y jubilación por la prestación de un servicio artístico.

La tensión entre esas dos economías es el motor del baile-obra Por el dinero. Los que están en escena cuentan, relatan y, finalmente, vuelven objeto de coreografías alucinadas y alucinantes su relación con esos dos mercados: ganan dinero en uno y lo llevan o invierten o pierden en el otro. Bailar en esta obra es quemar calorías y plata al mismo tiempo. Sabemos cuánto pagan de luz, gas, agua; sabemos de dónde sacan la plata para pagar: la fuente nunca es la obra que estamos viendo. La obra vive al margen, como un desclasado. Tampoco puede entrar mucha plata por la cantidad de espectadores –somos unos veinticinco y las localidades están siempre agotadas–. La increíble potencia de Por el dinero está en decir y hacer lo que dice: gasta más de lo que tiene. Y lo hace de manera elegante, siguiendo las leyes del manual que le da origen (el Manual de danza­­­­s nativas, de Pedro Berruti). En un momento se lee una frase: “Baile con sencillez y mesura, evitando toda exageración”. Por el dinero es contra el dinero, pero sin derroche, sin el romanticismo del sacrificio, sino con algunas luces, unos movimientos sensuales, una camisa usada por otros en otras obras –la de Alejo Moguillansky–, unos pasos de baile de ex jóvenes, una musiquita tocada en vivo para el disfrute, unos tragos mezclados al comienzo de la obra, pero todo hecho con mesura, a cuentagotas. La obra se consume a sí misma, como un perro que se muerde la cola, lenta y mecánicamente, gozando de cada centímetro de sí mismo, mientras baila hacia fuera y hacia adentro, “baila mentalmente tanto como puede”.

 

Por el dinero, dramaturgia y dirección de Luciana Acuña y Alejo Moguillansky, ciclo Proyecto Manual, coordinación de Matías Umpierrez, Centro Cultural Ricardo Rojas, Buenos Aires.

12 Sep, 2013
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