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Jardinero impenitente en medio de la hojarasca virtual, Rafael Spregelburd entra en la escena de Spam con una sopladora de aire que arremolina los días de un calendario y la cronología lineal del relato. Es Mario Monti, un lingüista napolitano varado en un hotelito de Malta, amnésico y atribulado, sin rastros de su pasado más allá de la memoria artificial de su laptop, un libro y los e-mails de una ex alumna, la enigmática Cassandra. De ahí en más, recomponiendo las piezas desordenadas del calendario, sabremos cómo llegó a Malta, cuándo perdió la memoria, por qué viste de esmoquin y está rodeado de un lote absurdo de muñecas malhabladas. Son los hilos de una trama enmarañada que mezcla intrigas académicas, informes wikipédicos de una lengua extinta, hackeos de colectivos artísticos, MacGuffins de James Bond y persecuciones de mafias chinas, con la misma combinatoria caótica con que Spregelburd echa mano de la ópera hablada, la sonorización en vivo de Zypce, el falso documental, la animación, el baile de sombras, el skype, el karaoke o el traductor de Google. Hay vértigo, altas dosis de sorpresa, humor sutil y virtuosismo escénico, pero el embrollo de géneros y medios no es mera celebración del pastiche. Es apenas el destilado formal, realista si se quiere, del vaciadero de basura que puebla la World Wide Web, el SPAM, sinécdoque de una red mayor que licúa los saberes, los géneros y las lenguas mientras perfecciona las argucias del e-market, embanderado en la gesta democrática de la cultura globalizada.
La escrupulosa disección del basurero virtual recuerda la extraordinaria secuencia final de Zabriskie Point, réquiem surreal del capitalismo y el consumismo norteamericano, cuya autodestrucción Antonioni presagió en una mansión que estalla y vuela por los aires en el cielo azul de California con banda sonora de Pink Floyd. Ironía de ironías, en la versión de Spregelburd el apocalipsis se avizora hoy en plena Europa, en la Italia de Antonioni que es ahora la Italia post-Berlusconi, figurado en el amasijo de restos del Costa Concordia, chatarra de ipads, iphones, camaritas y CDs de Eros Ramazzotti enterrados en el fondo del Mediterráneo. Así y todo, el jardinero impenitente se las ingenia para reciclar la hojarasca y rescatar la lengua y el teatro del naufragio. Inventa un idioma extinto capaz de nombrarlo todo (“el espacio que hay entre una hoja de parra chinche secada al sol y un plato que sirve de base de un cuenco semillero”) y hace brillar la palabra en un monólogo encendido con ecos deliberados de la gran tradición dramática.
Y aunque Google se ha convertido en la primera máquina filosófica que regula nuestro diálogo con el mundo (la ironía es de Boris Groys), Monti ni siquiera acierta a encontrarse en la web, invisibilizado por otro Mario Monti, el ex primer ministro italiano, y acaba por descubrir su Rosebud en una postal que le llega con su anacrónica estampilla al hotelito de Malta. Integrado-apocalíptico de la cultura contemporánea, Rafael Spregelburd ha creado una parábola luminosa y a la vez sombría del mundo hiperconectado. Se recomienda ponerla a salvo en la bandeja de entrada.
Spam, idea original, texto y dirección general de Rafael Spregelburd; ideas, música original y dirección musical de Zypce, Teatro El Extranjero, Buenos Aires.
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